JESÚS DA VIDA
como el
grano que muere y fructifica
Es necesario
morir para entregar fruto. El que se
encierra en sí mismo, el que se guarda a sí
mismo, queda infecundo. Es ley de naturaleza
y de gracia. El que quiera guardar su vida,
la pierde. El que pasa por la vida sin
morir, no deja estela. La vida no se compone
de objetos que se consumen, sino de surcos
en los que te siembras. El consumista se
embota y se endurece y termina
cosificándose; de sus entrañas duras nunca
brotará la flor. Pero el que pierde la vida,
la gana. Cada entrega se convierte en
sementera. De sus entrañas brotará el agua
vivificante. Crea vida, da vida a los demás,
es claro, son los hijos del amor, son los
frutos de sus entrañas. Pero, a la vez, se
va llenando él mismo de vida, que ya no
muere, que se prolonga en sus frutos -«el
que tiene un hijo ya no muere»-, y se llena
de espíritu, hasta la transfiguración, la
vida resucitado.
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