Diferencias en
nuestras comunidades
Autor: Jorge A.
Blanco
Departamento de
Audiovisuales
Editorial SAN
PABLO
En más de una
oportunidad,
desde esta misma
sección, nos
hemos ocupado de
las diversas
diferencias,
confrontaciones,
y tensiones que
afectan la vida
en comunidad y
la tan ansiada
unidad que
necesitamos en
nuestra iglesia
particular,
parroquial,
diocesana,
etcétera. Sucede
que, como bien
lo define el
Papa Francisco
en su
exhortación
apostólica
Evangeli Gaudium,
la “mundanidad
espiritual” que
solemos padecer
como seres
humanos se suele
esconder detrás
de apariencias
de religiosidad
y de amor a la
iglesia, pero se
pone de
manifiesto
cuando, en lugar
de buscar la
gloria del
Señor,
prevalecen en
nosotros los
celos, la
búsqueda de
nuestro propio
interés y la
vanagloria
personal.
Un relato del
escritor chileno
Cristián Urzúa
Pérez, tomado de
su libro
Historias para
crecer en
comunidad
(SAN PABLO
Chile), puede
ayudarnos a
tomar conciencia
y continuar
reflexionando
sobre la
importancia de
estos aspectos:
Para leer:
Un alfiler y
una aguja,
encontrándose en
una cesta de
labores y no
teniendo nada
qué hacer,
empezaron a
reñir.
El alfiler le
dijo a la aguja:
—¿Qué utilidad
tienes tú? ¿Cómo
piensas pasarte
la vida sin
tener cabeza? La
aguja le
respondió: —¿Y
a ti de qué te
sirve la cabeza
si no tienes
ojo?
A lo que el
alfiler dijo:
—¿De qué te
sirve un ojo si
siempre tienes
algo en él? Y
continuó
diciendo la
aguja: —Pues yo,
con algo en mi
ojo, puedo hacer
más que tú. El
alfiler
respondió: —Sí,
pero tu vida
será muy corta
pues dependes de
un hilo.
Mientras
discutían, entró
a la habitación
una niña
deseando coser.
Tomó la aguja y
se puso manos a
la obra. Pero
tuvo la mala
suerte de que se
rompiera el ojo
de la aguja.
Después tomó el
alfiler y,
atándole el hilo
a la cabeza,
procuró acabar
su labor, pero
tal fue la
fuerza empleada
quo le arrancó
la cabeza y,
disgustada, lo
echó con la
aguja en la
cesta y se fue.
—Así que
estamos en la
basura. Parece
que el
infortunio nos
ha hecho
comprender y
mejor paremos de
reñir —dijo la
aguja. A lo que
agregó el
alfiler: —Creo
que nos
asemejamos a los
seres humanos
que se disputan
acerca de sus
dones y
aptitudes, hasta
que los pierden,
y luego, echados
bajo tierra,
como nosotros,
descubren que
son hermanos.
(Tomado de
Historias para
crecer en
comunidad,
de Cristián
Urzúa Pérez, SAN
PABLO Chile)
Para la
reflexión
personal y
grupal:
-Repetir la
lectura del
cuento señalando
las impresiones
que nos haya
despertado.
Preguntémonos si
nos ha hecho
recordar casos,
situaciones,
experiencias
similares que
hayamos vivido
tanto en lo
personal como
grupal.
-Centremos ahora
nuestra mirada
en los
personajes de la
historia:
¿Quiénes son?
¿Dónde
transcurre ese
episodio?
¿Por qué causas
se supone que
reñían?
¿A partir de qué
y de quién se
produce el
desenlace?
¿Cuál es el
final de ambos?
¿Con qué
consecuencias?
-¿Qué
similitudes
encontramos
entre lo que nos
ofrece el relato
y lo que vivimos
a diario en
nuestras
parroquias,
grupos,
familias,
comunidades,
etc.?
-¿Estamos
convencidos de
que,
verdaderamente,
la unidad de
quienes nos
llamamos
cristianos es
una necesidad
urgente? ¿Somos
capaces de
favorecer la
práctica del
consenso y la
unidad o
prevalece en
nosotros lo
individual y
egoísta,
testimoniando
finalmente todo
lo contrario?
-¿Cuáles son las
razones que nos
convierten en
una iglesia,
parroquia,
familia
desunida,
dividida?
¿Pueden ser, por
ejemplo, el
protagonismo, el
egoísmo, los
celos, el
interés de
imponer nuestras
opiniones,
objetivos,
deseos, etc.?
¿Consideramos
que son más los
aspectos que nos
unen o los que
nos separan de
nuestros
hermanos?
-Ante el ideal
de unidad,
¿tememos perder
nuestra
identidad,
nuestras formas,
características,
etc.? ¿Hemos
pensado también
en los aspectos
positivos, los
logros y
objetivos que se
podrían alcanzar
si viviéramos
más unidos,
compartiendo los
dones que cada
uno tiene?
-¿Qué es lo que,
en definitiva,
nos moviliza?
¿La búsqueda de
beneficios y
reconocimientos
personales o
grupales, o el
cumplimiento de
la misión y la
voluntad del
Señor? ¿Cuándo
corremos el
riesgo de que
ocurra lo
primero?
-Propongámonos
algún gesto
concreto, como
fruto de lo
reflexionado, e
intentemos
comenzar a
cumplirlo en los
próximos días.
Para
profundizar
nuestra
reflexión:
98. Dentro
del Pueblo de
Dios y en las
distintas
comunidades,
¡cuántas
guerras! En el
barrio, en el
puesto de
trabajo,
¡cuántas guerras
por envidias y
celos, también
entre
cristianos! La
mundanidad
espiritual lleva
a algunos
cristianos a
estar en guerra
con otros
cristianos que
se interponen en
su búsqueda de
poder,
prestigio,
placer o
seguridad
económica.
Además,
algunos dejan de
vivir una
pertenencia
cordial a la
Iglesia por
alimentar un
espíritu de
“internas”. Más
que pertenecer a
la Iglesia toda,
con su rica
diversidad,
pertenecen a tal
o cual grupo que
se siente
diferente o
especial.
99. El mundo
está lacerado
por las guerras
y la violencia,
o herido por un
difuso
individualismo
que divide a los
seres humanos y
los enfrenta
unos contra
otros en pos del
propio
bienestar. En
diversos países
resurgen
enfrentamientos
y viejas
divisiones que
se creían en
parte superadas.
A los cristianos
de todas las
comunidades del
mundo, quiero
pedirles
especialmente un
testimonio de
comunión
fraterna que se
vuelva atractivo
y
resplandeciente.
Que todos puedan
admirar cómo se
cuidan unos a
otros, cómo se
dan aliento
mutuamente y
cómo se
acompañan: “En
esto reconocerán
que son mis
discípulos, en
el amor que se
tengan unos a
otros” (Jn 13,
35). Es lo que
con tantos
deseos pedía
Jesús al Padre:
“Que sean uno en
nosotros […]
para que el
mundo crea” (Jn
17, 21).
¡Atención a la
tentación de la
envidia!
¡Estamos en la
misma barca y
vamos hacia el
mismo puerto!
Pidamos la
gracia de
alegrarnos con
los frutos
ajenos, que son
de todos.
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Para rezar:
Pidamos al
Señor:
Señor,
concédenos estar
cada vez más
unidos, no ser
jamás
instrumentos de
división; haz
que nos
comprometamos,
como dice una
bella oración
franciscana, a
llevar amor
donde hay odio,
a llevar perdón
donde hay
ofensa, a llevar
unión donde hay
discordia. Que
así sea.
Señor,
haz de mí un
instrumento de
tu paz:
donde haya
odio, ponga yo
amor,
donde haya
ofensa, ponga yo
perdón,
donde haya
discordia, ponga
yo unión,
donde haya
error, ponga yo
verdad,
donde haya
duda, ponga yo
la fe,
donde haya
desesperación,
ponga yo
esperanza,
donde haya
tinieblas, ponga
yo luz,
donde haya
tristeza, ponga
yo alegría.
Oh, Maestro,
que yo no
busque tanto
ser
consolado como
consolar,
ser
comprendido como
comprender,
ser amado
como amar.
Porque dando
se recibe,
olvidando se
encuentra,
perdonando
se es perdonado,
y muriendo
se resucita a la
vida eterna.
Amén.
Papa
Francisco,
fragmento
conclusivo de su
audiencia
general, del
25/11/2013.
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