Educación
Transcrito
por Beth Ste-Marie
Traducción
de Carolina
Eyzaguirre A
Fuente:
http://www.mercaba.org/FICHAS/Enciclopedia/E/educacion.htm
I. General
II. Educación
Oriental
III. Los Griegos
IV. Los Romanos
V. Los Judíos
VI. Educación
Cristiana
A. Jesucristo como
Maestro
B. El Ánimo de la
Educación Cristiana
C. El trabajo
Educativo de la
Iglesia
I. En General
En su sentido más
amplio, la educación
incluye todas
aquellas
experiencias por las
cuales se desarrolla
la inteligencia, se
adquiere el
conocimiento y se
forma el carácter.
En un sentido más
fino, es el trabajo
hecho por ciertas
agencias e
instituciones, el
hogar y la escuela,
con el expreso
propósito de
entrenar mentes
inmaduras. El niño
nace con capacidades
latentes las cuales
deben ser
desarrolladas de
manera de prepararlo
para las actividades
y responsabilidades
de la vida. Por lo
tanto, cómo el
educador entiende el
significado de la
vida, sus propósitos
y valores,
determinan
primeramente la
naturaleza de su
trabajo. La
Educación busca
lograr un ideal y
éste, a su vez,
depende de la visión
que se tenga del
hombre y su destino,
de sus relaciones
con Dios, con sus
congéneres y con el
mundo físico. El
contenido de la
educación es
suministrado por las
adquisiciones
previas de la
humanidad en
literatura, artes y
ciencias, principios
morales, sociales y
religiosos. La
herencia, sin
embargo, contiene
elementos que tienen
grandes diferencias
en valor, ambos como
posesiones mentales
y como medios de
cultura; por lo
tanto, es necesaria
una selección y ésta
debe estar
mayormente por el
ideal educacional.
Será también
influenciado por la
consideración del
proceso educativo.
La enseñanza debe
adaptarse a las
necesidades de una
mente en desarrollo,
y el esfuerzo para
lograr la
adaptación,
realizado más a
través de resultados
en teorías y métodos
que están, o
deberían estar
basados en los
hallazgos en
biología, fisiología
y psicología. El
trabajo educativo
normalmente comienza
en el hogar; pero,
por razones obvias,
es continuado en
instituciones donde
los profesores
reemplazan a los
padres. Para
asegurar la
eficiencia, es
necesario que cada
escuela esté
apropiadamente
organizada, que los
profesores estén
debidamente
calificados y que
los temas de
instrucción sean
sabiamente
escogidos. Más aún,
siendo la escuela
mayormente la
responsable por la
formación
intelectual y moral
de aquellos que
luego serán miembros
de la sociedad,
útiles o nocivos,
evidentemente es
necesaria alguna
dirección superior
además de que
aquella del profesor
individual, de
manera que el
propósito de la
educación pueda ser
logrado. Por lo
tanto ambos, tanto
la Iglesia como el
Estado tienen
intereses por qué
velar; la educación
está para esforzarse
hacia el ideal
verdadero a través
de lo obvio de que
la educación en
cualquier momento
exprese, mientras
esté en su control
práctico, las
relaciones
existentes entre el
poder temporal y el
espiritual,
asumiendo una forma
concreta. Más aún,
como éstas ideas y
relaciones han
variado
considerablemente en
el curso del tiempo,
es bastante
inteligible que una
solución a los
problemas centrales
de la educación,
deben ser vistos en
su perspectiva
histórica; y es
incuestionable que
el estudio
histórico, tanto en
éste como en otras
áreas, tiene una
utilidad múltiple.
Sin embargo, una
mera cita de hechos
es de poco provecho
a no ser que se le
dé su debida
importancia a
ciertos hechos de la
revelación
Cristiana. Es
necesario, entonces,
distinguir los
elementos constantes
en educación de
aquellos que son
variables; los
primeros incluyendo
la naturaleza
humana, su destino,
sus relaciones con
Dios y los últimos,
todos aquellos
cambios en la teoría
y la conducción del
trabajo educativo.
El presente artículo
está principalmente
preocupado del
primer aspecto del
tema; y, desde éste
punto de vista la
educación puede
definirse como
aquella forma de la
actividad social a
través de la cuál y,
bajo la dirección de
mentes maduras y por
el uso de medios
adecuados, los
poderes físicos,
intelectuales y
morales de los seres
humanos inmaduros se
desarrollan para
prepararlos al
cumplimiento de su
trabajo aquí en la
vida y para
asistencia de su
destino eterno. Ni
ésta ni ninguna otra
definición ha sido
formulada desde los
comienzos. En
tiempos primitivos,
el desamparo y las
necesidades del
niño, eran tan
obvias que sus
mayores, por impulso
natural les dieron
un entrenamiento en
las rudas artes que
les permitiesen
dotarse de las cosas
necesarias para la
vida, al tiempo que
les enseñaron a
aprovechar los
poderes escondidos
en cada objeto de la
naturaleza, y a
asumir las
costumbres y
tradiciones
tribales. Pero, de
educación
propiamente
hablando, los
salvajes no sabían
nada y mucho menos
se ocupaban de la
teoría o la
planificación.
Incluso personas
civilizadas llevan a
cabo el trabajo
educativo por largo
tiempo antes que
comiencen una
reflexión sobre su
significado, y tal
reflexión es guiada
por la especulación
filosófica y por
instituciones
establecidas
sociales, religiosas
y políticas.
También, a menudo,
su teorización es
trabajo de mentes
excepcionales, y
presentan un ideal
superior que puede
ser inferido de su
práctica
educacional. Sin
embargo, una
contabilidad de lo
que ha sido hecho
por las principales
personas de la
antigüedad, probará
su inutilidad al
aparecer la profunda
modificación que
labró la
Cristiandad.
II. La Educación
Oriental
La invención de la
escritura fue de
gran importancia
para el desarrollo
del lenguaje y el
mantenimiento de
registros. Los
textos más
primitivos,
principalmente de
naturaleza
religiosa, se
transformaron en la
fuente del
conocimiento y los
medios para la
educación. Tales
eran en China los
escritos de
Confucio, los de
Vedas, en Egipto, el
libro de la Muerte,
en Persia el Avesta.
El principal
propósito del
estudio de estos
textos por la
juventud era
asegurar la
uniformidad del
pensamiento y las
costumbres y una
invariable
conformidad con el
pasado. En este
sentido, la
educación china es
típica. Los escritos
sagrados contenían
recetas al minuto
para la conducción
en cada
circunstancia y
estación de vida. El
alumno estaba
obligado a
aprendérselo de
memoria de una forma
puramente mecánica;
si él entendía o no,
las palabras
mientras las
repetía, era
indiferente.
Simplemente guardaba
en su memoria
múltiples formas
establecidas y
frases las cuales
consecuentemente,
empleaba en la
preparación de
ensayos y para
aprobar exámenes
gubernamentales. El
que pudiera pensar
por sí mismo, era
por su puesto, un
tema fuera de toda
consideración. Con
tal forma de
entrenamiento, era
imposible el
desarrollo de la
personalidad libre.
En China, la familia
con sus tradiciones
sagradas y el
trabajo de sus
ancestros, era
controlado por el
Estado; en Egipto
por el clero; en la
India, por las
diferentes castas.
Sin dudas, en la
mentalidad oriental,
había una conciencia
de la personalidad;
pero no se hizo
ningún esfuerzo por
fortalecerla o para
darle valor. Por el
contrario, la
filosofía Hindú, que
veía el conocimiento
como el medio de
redención de las
miserias de la vida,
ubicó tal redención
en sí misma en el
nirvana, la
extinción del
individuo a través
de su absorción al
ser del mundo. La
posición de la mujer
fue, en general,
degradante. Aunque
la formación
temprana del niño
descansaba en su
madre, su
responsabilidad era
llevada a cabo sin
dignidad. Muy pocas
provisiones fueron
hechas para la
educación de las
niñas; su única
vocación era el
matrimonio, cuidar
niños y rendir
servicios al jefe de
familia.
Viendo estos
factores, no se
puede decir que la
educación tal como
el mundo occidental
la concibe, no le
debe nada al Este.
Es cierto que
algunas ciencias,
matemáticas,
astronomía y
cronología y algunas
artes tales como la
escultura y la
arquitectura, fueron
llevadas a cabo con
cierto grado de
perfección; pero el
verdadero éxito de
la habilidad y
capacidad oriental
en estas líneas sólo
enfatiza por
contraste, las
deficiencias de la
educación oriental.
Incluso en la esfera
de la moralidad el
mismo antagonismo
aparece entre el
precepto y la
práctica. No se
puede y no es
necesario negar que
muchos de los
dichos, como los de
Confucio, revelan un
alto ideal de la
virtud, mientras que
algunos de los
proverbios hindúes,
tales como los de
“Pantscha-tantra”
están llenos de
sabiduría práctica.
Sin embargo, estos
factores solo hacen
más difícil
responder a la
pregunta: ¿Porqué la
vida efectiva de
estas personas fue
tan apartada de los
estándares
formalmente
aceptados de
virtud?. Sin
embargo, la
educación oriental
tiene una
significancia
peculiar; muestra
bastante
simplemente, las
consecuencias del
sacrificio del
individuo por los
intereses de las
instituciones
humanas y el reducir
la educación a un
proceso al estilo de
máquinas, el ánimo
por el cual se
moldean las mentes
sobre un patrón
invariable; y más
aún, muestra cuan
poco puede cumplirse
para la real
educación, por una
autoridad despótica
la cual demanda y se
satisface con una
observancia externa
de las costumbres y
leyes (Ver Davidson.
Una Historia de la
Educación, New York,
1901)
III. Los Griegos
Si la educación de
los orientales fue
fija, la griega
muestra un
progresivo
desarrollo que va de
un extremo al otro a
través de una
variedad de
movimientos y
reacciones, de
ideales y prácticas.
Lo que se mantiene
constante es la idea
que el propósito de
la educación es
entrenar a la
juventud para que
sean ciudadanos.
Esta idea, sin
embargo, fue
concebida e
intentada su
realización de
diferentes formas
por varias
Ciudades-estado. En
Esparta, el niño, de
acuerdo al Código de
Lycurgio, era
propiedad del
Estado. Desde su
séptimo año hacia
adelante recibió
formación pública
cuyo único objetivo
era hacerlo un
soldado,
desarrollando
fortaleza física,
coraje, auto control
y obediencia a la
ley. Era un
entrenamiento duro
en ejercicios
gimnásticos con poca
atención al aspecto
intelectual y menos
al estético; incluso
la música y la danza
tomaron caracteres
militares. Las niñas
eran también sujetas
a la misma
disciplina severa,
no al punto de
enfatizar igualdad
de sexos sino para
hacer fuertes madres
de una raza
guerrera.
El ideal de la
educación ateniense
era el hombre
completamente
desarrollado.
Belleza de mente y
cuerpo, el cultivo
de facultades y
energías innatas,
armonía entre el
pensamiento y la
vida, el decoro, la
temperancia y la
regularidad – tales
eran los ánimos en
el hogar y en la
escuela, en los
intercambios
sociales y en las
relaciones cívicas.
“Somos amantes de lo
bello”, decía
Pericles, “aunque
simples en nuestros
gustos, cultivamos
la mente sin perder
nuestra virilidad”
(Thucydides, II,
40). Los medios de
la cultura eran la
música y las
gimnasias, la
primera incluía
historia, poesía,
drama, oratoria y
ciencia, junto con
la música en un
sentido más fino;
mientras que las
últimas comprendían
juegos, ejercicios
atléticos y el
entrenamiento para
los deberes
militares. Que la
música no era un
mero “logro” y que
las gimnasias tenían
un objetivo superior
a la fortaleza del
cuerpo o su
habilidad, era
evidente a partir de
lo que nos relata
Platón en su obra
Protágoras. Los
griegos, sin duda
restaron fuerza al
coraje, la
temperancia y la
obediencia a la ley;
y si sus
disertaciones
teóricas podían
darse como justas
cuentas de sus
efectivas prácticas,
podría ser difícil
encontrar, entre los
productos del
pensamiento humano,
un ideal más
exaltado. La
debilidad esencial
de su educación
moral fue el fracaso
en dar una sanción
adecuada a los
principios
formulados por ellos
y por los consejos
dados a sus jóvenes.
La práctica
religiosa, ya sea a
través de servicios
públicos o en
adoraciones en sus
hogares ejercieron
poca influencia en
la formación del
carácter. Las
deidades griegas,
después de todo, no
eran modelos a
imitar; algunos de
ellos apenas habían
sido objetos de
reverencia, dado que
estaban investidos
con las debilidades
y pasiones de los
hombres. La Religión
en sí misma era
mecánica y externa;
no tocaba la
conciencia ni
despertaba el
sentido del pecado.
En cuanto a la vida
futura, los Griegos
creyeron en la
inmortalidad del
alma; pero esta
creencia tenía poca
o ninguna
significación
práctica. Sin
embargo, encontraron
el motivo para la
acción virtuosa, no
en relación con una
ley divina ni como
esperanza de premio
eterno, sino
simplemente por el
deseo de mezclar en
la debida
proporción, los
elementos de la
naturaleza humana.
La Virtud no es
auto-represión en
pro del deber, sino,
como dice Platón,
“una especie de
salud, una belleza y
un buen hábito del
alma”; mientras que
el vicio es “una
dolencia y
deformidad y
enfermedad de ella”.
El hombre justo
regulará de tal modo
su carácter como
para estar en buenos
términos consigo
mismo y para
establecer aquellos
tres principios
(razones, pasiones y
deseo) en armonía,
como si fueran
verdaderamente tres
cuerdas de una
armonía, una alta,
una baja y una
mediana y lo que sea
que exista entre
estas; y una vez que
él ha limitado todas
estas juntas y
reducido los muchos
elementos de su
naturaleza a una
unidad real como un
hombre temperado y
adecuadamente
armonizado, entonces
él procederá a hacer
lo que sea que el
deba hacer.
(República IV, 443)
Esta concepción de
la virtud como
auto-equilibrio fue
atada muy de cerca
con la idea del
valor personal el
cual ya ha sido
mencionado como el
elemento central en
la vida y educación
griegas. Pero la
personalidad en
referencia no fue
aquella del hombre
por el bien de su
humanidad, ni
siquiera aquella de
los griegos por el
bien de su
nacionalidad; era la
personalidad de un
ciudadano libre, y
una ciudadanía donde
los artesanos y
esclavos estaban
excluidos. Las artes
mecánicas tenían
mala reputación; y
Aristóteles declara
que “ellas no se
ajustan al cuerpo y
alma o el intelecto
de personas libres
para el ejercicio y
practica de la
virtud” (Política,
V, 1337) Una
limitación aun más
seria que afecta no
sólo su concepto de
la dignidad humana,
sino también su
consideración de la
vida humana,
consistió en la
exposición de los
niños. Esto era
practicado en
Esparta por la
autoridad pública
que destruía al niño
que no era apto para
el servicio al
Estado; mientras en
Atenas, el destino
de estos críos era
encargado a su padre
quien podía decidir
de acuerdo solamente
a sus intereses. La
posición de la madre
no era mucho mejor
de que ha sido en el
Oriente. Las mujeres
eran generalmente
vistas como seres
inferiores
“impotentes para el
bien pero astutas
urdidoras de todo
mal” (Eurípides,
Medea, 406). En el
mejor de los casos,
era medio para un
fin, el cuidado de
los niños y del
hogar;
consecuentemente, su
educación era de
escaso tipo. Las
únicas excepciones
eran las hetaerae,
es decir, la mujer
que estaba fuera del
círculo del hogar y
quien tenía mayor
libertad de vida
combinada con una
mayor cultura de lo
que la mujer
legítima podía
esperar. Bajo tales
circunstancias, el
matrimonio implicaba
para la mujer una
disminución en su
valía personal que
estaba en marcado
contraste con los
ideales establecidos
para la educación de
los hombres.
Nuevamente, estos
ideales sufrieron un
decidido cambio
durante el siglo
quinto A.C. En
cierto sentido, fue
un cambio para
mejor, extendiendo
los derechos de
ciudadanía. La
constitución de
Solón fue dejada de
lado y se adoptó la
de Clístenes (509
A.C.) El carácter
democrático de la
última con un
aumento en la
prosperidad en el
hogar y la amplitud
de las relaciones
extranjeras, dieron
paso a nuevas
oportunidades a la
habilidad individual
y el esfuerzo. Esta
realzada actividad,
sin embargo, no fue
establecida en
beneficio del bien
común, sino para el
avance de los
intereses
personales. Al mismo
tiempo, la moralidad
fue excluida de
incluso el apoyo
externo que tenía
anteriormente salida
de la religión; la
filosofía dio lugar
al escepticismo; y
la educación,
mientras de tornaba
cada vez más
intelectual, puso
énfasis en la forma
por sobre el
contenido. Los
profesores más
influyentes eran los
Sofistas, quienes
suplían la demanda
creciente de
instrucción en el
arte de la discusión
pública y ofrecían
información sobre
todo tipo de
materias.
Desarrollándose en
direcciones
prácticas, el
principio que “el
hombre es la medida
de todas las cosas”
trajo individualismo
al extremo del
subjetivismo
semejante en la
esfera del
pensamiento
especulativo y aquel
de la conducta
moral. Los
propósitos de la
educación fueron
correspondientemente
modificados y
aparecieron nuevos
problemas. Ahora que
los viejos
estándares y la base
de la moralidad
habían sido
rechazados, la
cuestión principal
era su reemplazo por
otros en los cuales
se le diera lugar
por un lado a la
individualidad y por
otro a las
necesidades
sociales. La
respuesta de
Sócrates fue
“Conócete a tí
mismo” y “El
conocimiento es
virtud”, es decir,
el conocimiento que
sale de la
experiencia
personal, aunque
posee validez
universal; y los
medios dictados por
él para la obtención
de tal conocimiento
era su malléutica,
es decir, el arte de
parir ideas a través
del método de
preguntas y
respuestas a través
del cuál, él
desarrolló el poder
del pensamiento.
Como disciplina
intelectual, este
esquema tenía un
valor indudable;
pero dejaba sin
resolver el problema
principal; ¿cómo el
conocimiento,
incluso el más
elevado, puede ser
llevado a acción?
Platón ofreció una
solución dual. En la
República,
establecida a partir
de su teoría general
que la idea sola es
real y que lo bueno
de cada cosa
consiste en su
armonía con la idea
original, él llega a
la conclusión que el
conocimiento
consiste en la
percepción de ésta
armonía. Por lo
tanto, el ánimo de
la educación es
desarrollar el
conocimiento de lo
bueno. Al parecer,
este esquema promete
un poco más de
resultados prácticos
que aquella de
Sócrates. Pero
Platón agrega que la
sociedad debe ser
gobernada por
aquellos que poseen
este conocimiento,
es decir, por los
filósofos.; las
otras dos clases,
los soldados y
artesanos, son
subordinados, aunque
cada ser individual
es asignado a la
clase para la cual
sus habilidades se
ajustan alcanzando
el auto desarrollo
más elevado y
contribuyendo así al
bienestar social. En
las Leyes, Platón
intenta revisar y
combinar ciertos
elementos del
sistema Espartano y
Ateniense pero este
esquema reaccionario
no logra éxito.
Finalmente, este
problema fue asumido
por Aristóteles en
la Etica y la
Política. Tanto en
su filosofía como en
su teoría de la
educación, comienza
con las enseñanzas
de Platón. El
objetivo del
individuo como para
la sociedad es la
felicidad: “Aquello
que nos anima es la
felicidad de cada
ciudadano, y la
felicidad consiste
en una actividad
completa y práctica
de la virtud”
(Política, IV). Más
precisamente, la
felicidad es “la
actividad conciente
de la parte mas
elevada del hombre
de acuerdo a la ley
de su propia
excelencia, no sin
compañía de
condiciones
adecuadas y
externas.” El mero
conocimiento del
bien no constituye
virtud; este
conocimiento debe
ser materia en la
práctica del bien
del intelecto
(conocimiento de la
verdad universal)
que debe ser
combinado con el
bien de la acción.
Las tres cosas que
hacen a los hombres
buenos y virtuosos
son – naturaleza,
hábito y razón.-
Debe estar en
armonía con otros
(porque no siempre
están de acuerdo);
los hombres hacen
muchas cosas en
contra del hábito y
la naturaleza, si la
razón los persuade
que deben. Ya hemos
determinado que la
naturaleza es más
fácilmente moldeable
por las manos del
legislador. Todo lo
demás, es trabajo
para la educación;
aprendemos algunas
cosas por hábito y
otras por
instrucción.
(Política, Libro
VII).
Sin embargo, la
educación siempre
debe adaptarse al
carácter particular
del Estado. “El
ciudadano debe ser
formado para
ajustarse a la forma
de gobierno bajo la
cual vive” (ibid,
VIII). Y nuevamente,
“Es correcto que los
ciudadanos deben
poseer una capacidad
para los negocios y
para la guerra, pero
aún más para el gozo
de la paz o el
placer; derecho que
deben ser capaces de
tales acciones en
tanto son
indispensables y
saludables, pero aún
más que tales son la
moral per se. Es en
relación a la visión
de estos objetos,
entonces, que deben
ser educados
mientras aún son
niños y en todas las
otras edades, hasta
que vayan más allá
de necesitar
educación” (ibid,
IV). “Tampoco
debemos suponer que
ningún ciudadano se
pertenece a sí
mismo, puesto que
todo ellos
pertenecen al Estado
y cada uno de ellos
son parte del
Estado, y el cuidado
de cada parte es
inseparable del
cuidado del todo”
(Ibid, VII).
En las teorías de
Platón y Aristóteles
se encuentran los
mayores logros del
pensamiento helénico
con relación al
propósito y
naturaleza de la
educación. Cada uno
de estos grandes
pensadores
estableció escuelas
de filosofía y cada
uno afectó
profundamente el
pensamiento de todo
el tiempo que les
siguió, aunque
ninguno tuvo éxito
en entregar una
educación lo
suficientemente
sólida y permanente
para impedir la
caída moral y
política de la
nación. La difusión
del pensamiento y la
cultura griega en
todo el mundo por
conquista y
colonización no fue
remedio para los
males que se
desprenden de un
individualismo
exagerado. Una vez
que la idea fue
aceptada que cada
hombre es el
estándar de su
propia conducta, ni
lo brillante de la
producción
literaria, tampoco
la fineza de la
especulación
filosófica los
previno del
decaimiento del
patriotismo, y una
virtud que nunca fue
vista más superior
que el Estado. El
mismo Aristóteles,
en la conclusión de
su Etica, apunta
hacia esta
dificultad radical:
Ahora bien, si los
argumentos y teorías
son capaces por sí
mismas de hacer a
las personas buenas,
podrían, en palabras
de Theognis, tener
derecho a recibir
altos y grandes
premios y es de
teorías que nosotros
debemos proveernos.
Pero la verdad
aparentemente es
que, aunque son lo
suficientemente
fuertes como para
motivar y estimular
a los jóvenes
hombres de mentes
liberales, aunque
son capaces de
inspirar con bondad
un carácter que es
naturalmente noble y
que sinceramente ama
la belleza, son
incapaces de
convertir a la masa
humana en bondad y
belleza de carácter.
Tal “conversión” fue
animada por los
Sofistas. Apelando a
las tendencias
naturales del
individuo,
desarrollaron un
espíritu de egoísmo
que, de paso terminó
en discordia, y así
abrieron el camino
de la conquista de
Grecia por las armas
romanas.
IV. Los Romanos
En notable contraste
con el carácter
griego, el de los
romanos era
práctico,
utilitarista, grave
y austero. Su
religión era
augusta, permeaba
toda sus vidas, y
santificada todas
sus relaciones.
Especialmente, la
familia era mucho
más sagrada que en
Esparta o en Atenas
y la posición de la
mujer como esposa y
madre era más
exaltada e
influyente. Aún así,
tal como con los
griegos, el poder
del padre sobre la
vida de su hijo –
patria potestad –
era absoluto y, al
menos en el primer
período, la
exposición de los
niños era una
práctica común. De
hecho, las leyes de
las Doce Tablas
consideraba la
destrucción
inmediata de críos
deformes y daba al
padre, durante toda
la vida de sus
niños, el derecho a
ponerlos en prisión,
a venderlos o
esclavizarlos.
Consecuentemente,
sin embargo, se puso
coto a tales
prácticas. El ideal
al cual tendían los
Romanos no era la
armonía ni la
felicidad sino el
rendimiento en el
cumplimiento del
deber y el
mantenimiento de sus
derechos. Sin
embargo, este ideal
debía realizarse a
través del servicio
al Estado. Con lo
profundos que eran
los sentimientos
familiares, éstos
siempre estaban
subordinados a la
devoción por el
bienestar público.
“Los padres son
queridos” decía
Cicerón “y los niños
y consanguíneos,
pero todos estos
amores son
inseparables en el
amor por nuestro
país común” (De
Oficiis, I, 17)
La educación, por lo
tanto era
esencialmente una
preparación al deber
cívico. “Los niños
de los Romanos
entienden que algún
día podrían estar
capacitados para
estar al servicio de
su patria natal, y
se los debe instruir
correspondientemente
en los asuntos del
Estado y en las
instituciones de sus
ancestros. La tierra
natal ha producido y
nos ha inculcado que
debemos ser devotos
y usar nuestras más
finas capacidades
mentales, talento y
comprensión. Por lo
tanto, debemos
aprender aquellas
artes a través de
las cuales podremos
ser de gran servicio
al Estado; por ello,
poseo sabiduría
superior y virtud.”
Estas palabras
expresan, como
ninguna otra, el
espíritu de los
primeros tiempos de
la Educación Romana.
El hogar era la
primera escuela y
los padres, los
únicos profesores.
Había muy poca o
ninguna instrucción
científica o
estética. El
esfuerzo máximo de
los jóvenes y niños
era aprender las
leyes de las Doce
Tablas,
familiarizarse con
las vidas de los
hombres que hicieron
a Roma grande e
imitar las virtudes
que habían visto en
su padre. De este
modo, los elementos
morales
predominaron, y
fueron inculcadas
las virtudes tipo
prácticas: la
primera de ellas,
pietas, obediencia a
los padres y a los
dioses: luego
prudencia, manejo
justo, coraje,
reverencia, firmeza
y formalidad o
razonamiento
filosófico, pero a
través de la
imitación de los
modelos que valían
la pena y, en la
medida de lo
posible, de ejemplos
reales y concretos.
Vitae discimus,
“aprendemos para
siempre” dice
Séneca; y esta frase
resume todo el
propósito de la
educación Romana.
Con el transcurso
del tiempo, se
abrieron las
escuelas elementales
(ludi) conducidas
por maestros
privados y eran un
suplemento a la
instrucción en el
hogar. Alrededor de
la mitad de la
tercera centuria
A.C. se comenzaron a
sentir las
influencias
extranjeras. Los
trabajos de los
griegos fueron
traducidos al latín,
los profesores
griegos fueron
introducidos en las
escuelas
establecidas donde
reaparecieron las
características
educacionales de los
griegos. Bajo la
dirección de la
literatus y
grammaticus, la
educación tomó un
carácter literario,
mientras en la
escuela del rethor
se cultivó
cuidadosamente el
arte de la oratoria.
La importancia que
los romanos se
dieron a la
elocuencia está
claramente señalada
por Cicerón en su
“De Oratore” y por
Quintilo en sus
“Institutos”; la
producción del
orador eventualmente
se transformó en el
objetivo final de la
educación. Más aún,
el trabajo de
Quintilo es la
principal
contribución a la
teoría educacional
producida en Roma.
El proceso
helenizador fue
gradual. El vigoroso
carácter romano
lentamente fue dando
paso al
intelectualismo
griego, y cuando los
últimos, finalmente
triunfaron,
difíciles cambios
llegaron al gobierno
y la vida de la
sociedad romana.
Cualquiera fueran
las causas de la
declinación –
política, económica
o moral – no
pudieron mantenerse
firmes ante el
importado
refinamiento del
pensamiento y
prácticas griegas.
Sin embargo, la
educación pagana
como un todo, con
sus ideales, éxitos
y fracasos tuvo un
profundo
significado. Era lo
práctico que el
mundo había
conocido. Buscaron
en cambio, los
ideales que
despertaban mas
intensamente a la
mente humana.
Comprometían el
pensamiento de los
mas grandes
filósofos y las
acciones de los
legisladores más
sabios. El arte, la
ciencia y la
literatura fueron
puestos a su
servicio y la
poderosa influencia
del Estado fué
ejercida en su
beneficio. En sí
misma por lo tanto,
y en sus resultados,
muestra cómo y cuan
poco el razonamiento
humano puede lograr
cuando su búsqueda
no tiene más guía
que sí misma y se
esfuerza sin más
propósitos que
aquellos que
encuentra o puede
encontrar para su
realización en la
presente fase de la
existencia.
V. Los Judíos
Entre la población
pre-cristiana, los
judíos ocuparon una
posición única. Como
recipientes y
custodios de la
revelación Divina,
su concepto de la
vida y la moralidad
iban más allá de
aquel de los
gentiles. Dios se
había manifestado a
Sí Mismo a ellos
directamente como
Persona, un Espíritu
y un Ser Ético que
los guiaba por Su
providencia,
dándoles a conocer
Su Voluntad y
prescribiéndoles los
más mínimos detalles
de la vida y la
práctica religiosa.
A través del Antiguo
Testamento, Dios
aparece como un
maestro de Su pueblo
elegido. El
estableció ante
ellos los estándares
de lo correcto que
no eran otros que El
mismo: “Tu serás
sagrado, porque Yo
soy sagrado”
(Levíticos, XI, 46).
A través de Moisés y
los Profetas El les
entregó Sus
Mandamientos y las
promesas de un
Mesías por venir.
Pero El también
colocó sobre ellos
el deber de instruir
a sus niños.
Escucha, Oh Israel,
el Señor nuestro
Dios es el Señor.
Amarás al Señor tu
Dios con todo su
corazón, y con toda
tu alma y con toda
tu fuerza. Y éstas
palabras que yo te
ordeno hoy en este
día, deberán estar
en tu corazón: y tu
las dirás a tu hijos
y ellos meditarán
sobre ellas sentados
en tu casa, y
durante la jornada,
al dormir y al
levantarse. (Deut.
VI, 4-7)
De acuerdo a este
mandamiento, la
educación, al menos
en los primeros
tiempos, fué dada
principalmente en el
hogar. La vida
familiar judía, sin
duda, superaba por
bastante aquella de
los Gentiles en la
pureza de sus
relaciones, en la
posición que tenía
la mujer, y en el
cuidado que se
confería a los niños
quienes eran vistos
como una bendición
concedida por Dios y
destinados a Su
servicio por
fidelidad a la ley
Divina. Una función
importante de la
sinagoga era también
la instrucción de
los jóvenes, la cual
era encargada a los
escribas y doctores.
Las escuelas, como
tales, aparecieron
sólo en el último
período e incluso
entonces la
enseñanza fué
penetrada por la
religión. Aunque el
Antiguo Testamento
no contenía teoría
educativa en el
estricto sentido,
abundaba en máximas
y principios los
cuales eran todos
más exigentes porque
estaban inspirados
por la sabiduría
Divina y porque
tenían un sentido
práctico de la vida.
El Mismo Dios mostró
la dignidad del
trabajo del profesor
cuando declaró:
“Aquellos que
aprenden brillarán
como lo mas
brillante del
firmamento: y
aquellos que
instruyen muchos en
lo justo, como
estrellas por toda
la eternidad” (Dan,
XII, 3). Sin
embargo, bajo la luz
de una revelación
más perfecta queda
claro que las
relaciones de Dios
con Israel tenían un
propósito ultimo el
cual se cumpliría “
en la plenitud del
tiempo”. No sólo por
las expresiones de
los Profetas, sino
por muchos eventos
significativos en la
historia de los
Judíos y muchas de
sus rituales
observancias, habían
signos del Mesías;
como San Pablo dice
“Todas estas cosas
ocurrieron a ellos
como ejemplo (I
Cor., X, 11) y “la
ley fué nuestra
pegagogía en Cristo”
(Gal., iii,24). Como
el Supremo Maestro
de la humanidad,
Dios, mientras les
revelaba la verdad
que al presente
necesitaban, también
preparó el camino
para la mayor de la
Verdades de la
Biblia.
VI. Educación
Cristiana
Como en muchos otros
aspectos del trabajo
de la educación, el
advenimiento del
Cristianismo es el
período mas
importante en la
historia de la
humanidad. No solo
la concepción
cristiana de la vida
difiere radicalmente
del punto de vista
pagano, no sólo la
enseñanza cristiana
imparte un nuevo
tipo de conocimiento
y arroja un nuevo
principio de acción,
sino que más aún, la
Cristiandad otorga
medios efectivos
para hacer sus
ideales concretos y
en poder llevar a
cabo sus preceptos a
la práctica. A pesar
de todas las
vicisitudes de
conflictos y
ajustes, de
civilizaciones
cambiantes y
variadas opiniones,
a pesar incluso del
descuido de sus
propios adherentes,
la Cristiandad ha
mantenido
constantemente en
pie ante los
hombres, la vida y
las lecciones de su
Divino Fundador.
A. Jesucristo como
Maestro
“Dios, habiendo
hablado muchas veces
y de muchas maneras
en otro tiempo a los
padres por los
profetas en estos
prostreros días nos
ha hablado por el
Hijo” (Heb, I, 1-2)
Esta comunicación a
través de
Dios-Hombre era para
revelar la verdadera
forma de vida:
“Porque la gracia de
Dios nuestro
Salvador se ha
manifestado para
salvación de todos
los hombres,
enseñándonos que,
renunciando a la
impiedad y a los
deseos mundanos,
vivamos en este
siglo sobria, justa
y piadosamente,
aguardando la
esperanza
bienaventurada y la
manifestación
gloriosa de nuestro
Gran Dios y Salvador
Jesucristo (Tito, II
11,12). Sobre Sí
mismo y su misión,
Cristo declaró: “Yo,
la luz he venido al
mundo, para que todo
el que crea en mi no
permanezca en
tinieblas” (Juan
XII, 46); y
nuevamente, “ Yo por
esto he nacido, y
para esto he venido
al mundo, para dar
testimonio de la
verdad” (Juan XVIII,
37). El conocimiento
el cuál El vino a
impartir, no era una
mera posesión
intelectual o una
teoría: “Yo he
venido para que
tengan vida, y para
que la tengan en
abundancia” (Juan
X,10). Por lo tanto,
El enseñó como uno
“con autoridad”; El
insistió que Sus
herederos deben
creer las verdades
que El enseñó,
aunque éstas
parezcan ser “duras
palabras”. Sus
doctrinas, sin duda,
no apelan al orgullo
intelectual, al
egoísmo o a la
pasión. En la
mayoría de las
partes, como en el
Sermón de la
Montaña, eran
dramáticamente
opuestas a las
máximas que habían
obtenido del mundo
pagano. Eran, en un
sentido superior,
sobrenaturales, no
sólo por la
propuesta de vida
eterna como el
objetivo último de
la existencia y
acción del hombre,
sino por el regocijo
de la negación de sí
mismo como el
requisito principal
para el logro de tal
destino. Era
insistido el
servicio al prójimo
y éste debía darse
en el espíritu de
amor, el nuevo
mandamiento que
Cristo mismo dejó
(Juan, 13,34)
También era
requerida la
honradez para con
los deberes cívicos,
aunque la sanción
que dió fuerza a tal
obligación fué la
elevación del hombre
a una superior
ciudadanía en el
Reino de Dios.
Esforzarse en ello y
poder cumplirlo en
la vida terrena lo
mejor posible, era
el ideal bajo el
cual todo bien
estaba subordinado;
“Busquen primero el
reino de Dios y su
justicia, y todo lo
demás se os darán
por añadidura”
(Mateo, VI, 33).
Verdades de éste
tipo, al parecer
alejadas de las
tendencias naturales
del pensamiento y
deseo humano, podían
ser impartidas solo
por que poseía en sí
mismo todas estas
cualidades de un
profesor perfecto.
Los filósofos, no
cabe duda que si lo
hicieron, formularon
bellas teorías en
relación al
conocimiento y la
virtud; Pero sólo
Cristo pudo decir a
Sus discípulos: “Yo
soy el camino, la
verdad y la vida”
(Juan, XVI, 6). Y
cualquier otro
mérito adjudicado en
teoría a la
personalidad, estaba
muy alejado del
ideal dado en la
Propia Persona de
Cristo. De este
modo, El podía
legítimamente atraer
aquella tendencia
imitativa cuyas
profundas raíces se
encuentran en la
naturaleza del
hombre y de las
cuales se espera
mucho en la
educación moderna.
Además, el axioma
que aprendemos sobre
la acción y donde el
conocimiento
adquiere su valor
total cuando se
refiere a la acción,
encuentra su mejor
ejemplo en el trato
de Cristo con Sus
discípulos. El
“...comenzó a hacer
y enseñar...”
(Hechos, I, 1) Con
Sus milagros, dió
evidencia de Su
poder sobre toda la
natrualeza y por lo
tanto Su sutoridad
para pedir fé en Sus
palabras: “...las
mismas obras que yo
hago, dan testimonio
de mi, que el Padre
me ha enviado.”
(Juan V, 36). Cuando
Sus discípulos
dudaban o tardaban
en darse cuenta que
el Padre moraba en
El, El les
respondía: “...de
otra manera, creedme
por las mismas
obras.” (Juan XIV,
11). Lo que El
demandaba en
respuesta no era
mera profesión
externa de fé o
lealtad: “ No todo
el que me dice
Señor, Señor,
entrará en el reino
de los Cielos; sino
el que hace la
voluntad de mi
Padre...” (Mateo,
VII, 21).
La necesidad de
manifestar la fé a
través de la acción
es enfatizada
constantemente en
las enseñaza
literales de Cristo
y en sus parábolas.
Estas, nuevamente
ilustran Su
sabiduría práctica
como maestro. Eran
traidos a colación
objetos y
circunstancias con
las cuales Sus
oyentes estaban
familiarizados. En
cada instancia eran
adaptadas a la
manera de pensar
sugerida por los
alrededores locales
y las costumbres del
pueblo; a menudo
eran incitadas por
un incidente que
parecía sin
importancia o por
una pregunta
formulada por Sus
seguidores y
nuevamente por Sus
incansables
enemigos. Así, las
cosas más simples de
la naturaleza - el
vino, el lirio, la
higuera, los pájaros
del cielo y el pasto
del campo – deban
paso a lecciones del
más profundo
significado moral.
Su ánimo no era
adornar Su propio
discurso, sino
llevar su contenido
a las mentes de sus
oyentes más
vívidamente y
asegurar su mayor
permanencia por
asociación en sus
pensamiento de
algunas verdades
sobrenaturales con
hechos del día a
día. La percepción
sensorial, la
memoria y la
imaginación eran
pues, desarrolladas,
para formar una
actitud mental para
las grandes verdades
del Reino.
Encontramos el mismo
principio en la
institución de los
sacramentos donde a
través de elementos
naturales externos,
se expresan signos
internos de gracia.
Como San Juan
Crisóstomo dice con
propiedad,
Si tu fueras
incorpóreo, el
podría haberos
conferido gracias
incorpóreas en su
sencilla realidad;
pero porque el alma
está atada al
cuerpo, nos da cosas
inteligibles bajo
formas sensibles.
(Homilia, 1x, as
populum, Antioquía).
De hecho, toda la
enseñanza de Cristo
es la prueba más
clara del principio
que la educación
debe adaptarse en su
método y práctica a
las necesidades de
aquellos que sean
enseñados. De
acuerdo a este
principio, El
preparó de antemano
las mentes de Sus
seguidores para la
institución de la
Santa Eucaristía de
Su propia muerte y
para la venida del
Espíritu Santo
(Juan, VI, 12,13);
incluso El se
reservó algunas
verdades para ser
conocidas por el
Paracleto: “Aún
tengo muchas cosas
que deciros, pero
ahora no las podéis
sobrellevar. Pero
cuando venga el
Espíritu de verdad,
él os guiará a toda
la verdad” (Juan
XVI, 12, 13). De
este modo, se
completa Su tarea
como maestro y no es
dejada para la
conjetura o
especulación humana,
ni a las teoría
filosóficas de las
escuelas, sino para
el Espíritu de Dios
Mismo. Por su puesto
ésto ha sido
cumplido mejor por
aquellos que
estuvieron más cerca
de El; empero
incluso aquellos
Judíos que no se
encontraban dentro
de sus Apóstoles,
pero estaban, como
Nicodemo, dispuestos
a juzgarlo con
justicia, confesaron
Su superioridad.
“...sabemos que haz
venido de Dios como
maestro; porque
nadie puede hacer
estas señales que tu
haces, sino está
Dios con él.” (Juan
III, 2).
B. El Ánimo de la
Educación Cristiana
¿Si la misión de
Cristo terminó
cuando dejó la
tierra, El aún
podría ser de
palabra y trabajo,
el maestro ideal y
haber influenciado
todo el tiempo y
hasta ahora la
educación de la
humanidad en los que
a objetivo último y
principios básicos
se refiere?. Pero,
de hecho, El dejó
suficientes
disposiciones para
la perpetuación de
Su trabajo a través
de las enseñanzas a
un selecto cuerpo de
hombres quienes, por
tres años,
estuvieron
constantemente bajo
Su dirección y
estuvieron
concienzudamente
sumergidos de Su
espíritu. Más aún,
El dio a estos
Apóstoles, el
siguiente mandato:
“Por lo tanto id y
haced discípulos a
todas las
naciones...y he aquí
yo estoy con
vosotros todos los
días hasta el fin
del mundo.” (Mateo
XXVIII, 19,20).
Estas palabras
fueron la carta de
fundación de la
Iglesia Cristiana
como institución de
enseñanza. Al tiempo
que ellas se
referían
directamente a la
doctrina de
salvación, y por lo
tanto, a comunicar
la verdad religiosa,
ellas a pesar de eso
o en virtud de la
naturaleza misma de
esa verdad y sus
consecuencias para
la vida, traían
consigo la
obligación de
insistir sobre
ciertos principios
manteniendo ciertas
características que
tienen una relación
decisiva sobre todos
los problemas
educacionales.
La verdad del
Cristianismo está
para ser conocida
por todos los
hombres. No está
confinada a una
raza, nación o
clase, tampoco está
para ser posesión
exclusiva de mentes
altamente
talentosas. Esta
característica de
universalidad está
en franco contraste
con las concepciones
superiores del mundo
pagano. Los
cultivados griegos
sólo despreciaban a
los bárbaros, y los
romanos solo veían a
las naciones
externas como
sujetos para ser
gobernados en lugar
de pueblos a quienes
enseñar. Aunque en
Atenas y también en
Roma había una
distinción entre
ciudadanos libres y
esclavos, en
consecuencia los
últimos eran
excluidos de los
beneficios de la
educación. Como
contra éstas
estrechas
limitaciones, Cristo
encargó a Sus
apóstoles a “enseñar
a todos los
hombres”; y San
Pablo, bajo el mismo
espíritu se profesa
a sí mismo como
deudor de todos los
hombres, griegos y
bárbaros, así como
de sabios y no
sabios. De hecho,
todos debían ser
tratados como niños
de un mismo Padre
Celestial. Respecto
a estas
prerrogativas
sobrenaturales, las
distinciones que
hasta ahora habían
prevalecido fueron
puestas al margen:
El Cristianismo
aparecía como una
vasta escuela con la
humanidad sin
limitaciones a sus
discípulos.
La comisión dada a
los apóstoles, no
expiraría con ellos;
era para mantenerse
“todos los días,
hasta el fin del
mundo”. La
perpetuidad, por lo
tanto, es un rasgo
esencial en el
trabajo educativo
del Cristianismo.
Sin lugar a dudas,
la institución
pagana había
florecido y avanzado
de fase en fase de
desarrollo, pero no
contenía elementos
de permanente
vitalidad. En las
superiores secciones
de la enseñanza,
como en la
filosofía, la
escuela ha llevado a
la escuela desde el
vigor a la
decadencia. Y, en la
educación misma, un
ideal después de
otro ha surgido sólo
como una forma de
desplazar al otro.
Por el contrario, el
Cristianismo siendo
que nunca podrá ser
un sistema rígido,
sostuvo para la
humanidad ciertas
verdades
incambiables que
deben servir de
criterio para
determinar el valor
de cada teoría
fundamental sobre la
vida y la educación.
A través de la
especial insistencia
de que el destino
del hombre está por
alcanzarse, no en la
forma de un servicio
temporal o éxito,
sino por la unión
con Dios, propone un
ideal que debe ser
válido en todo
tiempo y entremedio
de todas las
variaciones del
pensamiento y empeño
humanos. Tales
cambios,
inevitablemente
ocurrirán y Cristo,
sin duda, los
previno.
Considerando estos
cambios, un maestro
meramente humano,
podría haber dado
estabilidad a su
trabajo, si es
exitoso, por medios
con los cuales
pudiese garantizar
su previsión ya sea
con sagacidad o por
conocimiento de la
naturaleza humana.
Pero la garantía de
Cristo a los
Apóstoles es al
mismo tiempo simple
y segura: “He aquí
que estaré con
Ustedes todos los
días...” La tarea de
instruir al mundo en
la verdad Cristiana
habría sido
imposible si no
fuese por el
permanente
cumplimiento de
Cristo con Sus
maestros elegidos.
Por otro lado, una
vez que la fuerza de
Su promesa se
cumpla, el
significado del
Cristianismo como
institución perpetua
se torna evidente:
significa que
Cristo, El Mismo a
través de una
agencia visible
continúa su trabajo
para siempre. El
comenzó durante Su
vida terrenal, como
Maestro de la raza
humana.
Ya se ha
puntualizado que
algunos pueblos
paganos, y
notablemente los
griegos, sostenían
una muy alta
concepción de la
personalidad, y
también se ha
señalado que esta
concepción no era en
ningún caso,
perfecta. Respecto a
esto, la enseñanza
del Cristianismo es
al parecer bastante
más superior a
ninguna otra tal
que, si un sólo
elemento pudiese ser
considerado
fundamental en la
educación Cristiana
será el énfasis que
radica en el valor
del individuo. En
primer lugar, el
Cristianismo tuvo su
origen, no en una
especulación
abstracta como al
bien o la virtud,
sino en la vida
concreta y presente
de una Persona que
era absolutamente
perfecta. No estaba,
entonces, obligada a
moldear un hombre
ideal o de presentar
una teoría de cómo
ese ideal era
posible que fuese:
sobrepasó a las más
exaltadas ideas de
la sabiduría humana.
Con Cristo primero
apareció la total
dignidad de la
naturaleza humana a
través de su
elevación como unión
personal con la
Palabra de Dios; y
en El, como nunca
antes o desde
entonces, fueron
manifiestos aquellos
rasgos que
proporcionaron los
modelos mas nobles a
imitar. Más aún, la
Cristiandad elevó la
personalidad humana
por el valor
establecido sobre
cada alma como
creación de Dios y
destinada a la vida
eterna. El Estado ya
no es el supremo
árbitro ni tampoco
el servicio al
bienestar público el
estándar por
excelencia. Estos,
en verdad dentro de
su legítima esfera,
son sólo demandas
sobre el individuo.
El Cristianismo, por
ningún motivo,
enseña que tales
demandas pueden ser
desatendidas o que
los deberes
correspondientes
sean descuidados,
sino que la
ejecución de toda
obligación social y
cívica, será mas
completa cuando se
subordinan a y son
inspiradas por la
fidelidad en los
deberes que el
hombre le debe a
Dios. Al tiempo que
el valor de la
personalidad, es de
este modo, realzada,
el sentido de
responsabilidad
aumenta
correspondientemente;
de manera que el
libre desarrollo de
la persona no
permite la
culminación en
egoísmo ni en el
extremo
individualismo el
cual es una amenaza
para la organización
social.
De estos principios
del Cristianismo se
derivan
consecuencias que
son totalmente
discrepantes con el
pensamiento y
prácticas paganas.
La posición de la
mujer fue levantada
a un plano más
elevado; ella dejó
de ser un bien, o un
mero instrumento de
pasión, y se
transforma en la
igual al hombre, con
el mismo valor
personal y el mismo
destino eterno. El
matrimonio ya no es
una unión a la cual
se ingresa por
capricho o
convención, sino una
unión indisoluble
que involucra
derechos y
obligaciones mutuas.
Más aún, fue elevado
a la dignidad de
sacramento, que no
sólo santifica la
relación marital y
sus propósitos, sino
confiere las gracias
necesarias para el
debido cumplimiento
de sus obligaciones.
Todo el significado
de la familia, es,
de este modo,
transformado. La
autoridad paternal
sin dudas, se
mantiene pero como
un ejercicio de la
patria potestad como
destrucción o
exposición de los
niños no se pudo
tolerar una vez
tomada conciencia
que la personalidad
del niño también es
sagrada y que los
padres no sólo son
responsables no sólo
ante el Estado, sino
también ante Dios,
por la apropiada
educación de los
críos. Además, la
Cristiandad, deja al
niño la
responsabilidad de
respetar y obedecer
a los padres, no con
servil temor o una
dura necesidad, sino
bajo el espíritu de
reverencia al amor
filial. Las ataduras
a la vida del hogar,
por este medio
fortalecidas, y todo
el trabajo de la
educación, asumió un
nuevo carácter
porque fué
consagrado desde su
misma fuente por la
religión.
Con respecto a su
contenido, la
Cristiandad abrió a
la mente humana
amplios dominios de
verdad los cuales
una razón sin ayuda
no podría haber sido
lograda y los
cuales, no obstante,
tienen un sentido
más profundo para la
vida que la mayoría
de las
especulaciones
aprendidas del
pensamiento pagano.
También ha arrojado
nueva luz sobre
aquellas verdades,
que los filósofos
tenían, aunque
vagamente
percibidas, o sobre
las cuales se han
mantenido en la
duda. Para el
Cristiano, no puede
haber mayor
cuestionamiento en
lo que se refiere a
la existencia de un
Dios personal, la
realidad de Su
Providencia, la
inmortalidad del
alma, la libertad de
la voluntad y la
resultante
responsabilidad del
hombre con la
Justicia Divina.
Sobre todo, la
naturaleza del orden
moral que fue
establecido en
términos
inconfundibles. El
Cristianismo insiste
que la moralidad no
es una mera
conformidad externa
a las costumbres o
la ley, sino una
rectitud interna de
la voluntad, que ese
refinamiento
estético era de
mucho menor
consecuencia que la
pureza de corazón, y
que el amor al
prójimo como
indudablemente
probado, no como
ganancia personal o
ventaja, es la
verdadera norma de
las relaciones
humanas. Que tal
concepción de la
vida, con su énfasis
en reales
inspiraciones
espirituales, debe
llevarnos a la
formación de los
ideales
educacionales
obviamente
desconocidos para el
mundo pagano.
Aunque, por otro
lado, sería errado
inferir que el
Cristianismo, en su
“otra mundanidad”
reduce o descuida
los valores de la
vida presente. Lo
que sí mantiene
consistentemente es
que la vida aquí
logra su mayor valor
por el servicio,
como una preparación
a la vida por venir.
El punto no es si
uno debe vivir hoy
sin tomar en cuenta
el futuro o esperar
el futuro sin
considerar el
presente; sino,
contrariamente, cómo
uno debe ganar con
las oportunidades de
esta vida con tal
sabiduría de manera
de asegurar al otro.
Los problemas,
entonces, es aquel
de establecer las
proporciones, por
ejemplo, la
determinación de los
valores de acuerdo a
los estándares del
destino eterno del
hombre. Cuando la
educación es
definida como “la
preparación para una
vida completa”
(Herbet Spencer), el
cristiano no objeta
las palabras tal
como están; pero él
insistirá que
ninguna vida puede
estar completa si
deja fuera de
consideración el
ulterior propósito
de la vida y, por lo
tanto, ninguna
educación realmente
“prepara” si frustra
ese propósito o lo
deja de lado. Es
justamente esta
complementación – en
enseñar a todos los
hombres a armonizar
todas las verdades,
a elevar todas las
relaciones y en
conducir a cada alma
individual de
regreso a su Creador
– la que constituye
la característica
esencial del
Cristianismo como
influencia
educativa.
C. El Trabajo
Educativo de la
Iglesia
Sigue en importancia
a la enseñanza
personal de Cristo,
el establecimiento
de un cuerpo
educacional cuya
misión fue idéntica
con la Suya: “Así
como el Padre me ha
enviado, así también
lo envío yo” (Juan
XX, 21); y “El que a
vosotros oye, a mi
me oye;” (Lucas X,
16). El no se
contentaba con la
proclamación de una
ves por todas de las
verdades del
Evangelio, ni
tampoco dejó su
amplia diseminación
al entusiasmo o
iniciativa
individual; Él fundó
la Iglesia para
continuar su
trabajo. La difusión
de Su doctrina fue
confiada, no a
libros ni a escuelas
de filosofía, ni a
gobiernos del mundo,
sino a una
organización que
habló en Su nombre y
con Su autoridad.
Ningún cuerpo de
profesores alguna
vez asumió tan vasto
trabajo, ni nunca
otro alguna vez
logró tanto en lo
educacional en su
más alto sentido.
Aparte de los
sermones de los
Apóstoles, la forma
más primitiva de la
instrucción
cristiana fue dada
por los catecúmenos
(q.v.) como
preparación al
bautismo. Su
objetivo tenía dos
caras: impartir el
conocimiento de la
verdad cristiana y
entrenar al
candidato en la
práctica de la
religión. Era
conducido por el
obispo y, a medida
que el número de
catecúmenos crecía,
por sacerdotes,
diáconos y otros
clérigos. Hasta la
tercera centuria
este modo de
instrucción era una
parte importante del
apostolado; pero en
el quinto y sexto
siglo fue
gradualmente
reemplazado por
instrucción privada
de conversos que
eran los menos
numerosos y también
por el entrenamiento
dado en otras
escuelas a aquellos
que habían sido
bautizados en su
infancia. Las
escuelas
catecúmenas, sin
embargo, dieron
expresión al
espíritu que
animaría toda la
consecuente
educación cristiana:
estaban abiertas a
todo el mundo que
aceptaba la fe y
unieron la
instrucción
religiosa con la
disciplina moral.
Las escuelas
“catequistas”,
también bajo la
supervisión del
obispo, preparaban a
los jóvenes clérigos
para el sacerdocio.
Los cursos de
estudios incluían
filosofía y
teología, y
naturalmente
asumieron un
carácter apologista
en defensa de la
verdad Cristiana
contra los ataques
de las enseñanzas
paganas. Una de las
más antiguas de
estas escuelas, fue
en el Latero en
Roma; la más famosa
fue aquella de
Alejandría (Ver.
Doctrina Cristiana).
Además de esta
instrucción formal,
la Iglesia desde el
principio, mantuvo
en su adoración y
trabajo educativo,
encarnando los
principios
psicológicos más
profundos y sólidos.
Al principio, el
ritual era de simple
necesidad; pero a
medida que la
Iglesia se fue dando
más libertad y su
adoración pasó de
las catacumbas a la
basílica, se
introdujeron formas
más augustas; aunque
su propósito
esencial seguía el
mismo. La Misa la
cual ha sido siempre
la función litúrgica
central, llega a la
mente a través de
los sentidos.
Combina luz y color
y sonidos}, la
acción del sacerdote
y el movimiento
dramático que llena
el santuario,
especialmente en los
servicios más
solemnes. Bajo estas
formas externas,
yace el significado
interno. El altar
mismo, está lleno de
simbolismo que trae
vívidamente a la
mente, la vida y
personalidad de
Cristo, su trabajo
de redención, y el
doloroso sacrificio
de la Cruz. En su
debida proporción,
cada ítem de la
liturgia conlleva
una lección a través
del ojo y el oído y
a las facultades más
altas del alma.
Sentido, memoria,
imaginación y el
sentimiento entonces
aparecen no solo
como una actividad
estética, sino como
apoyo al intelecto y
la voluntad sobre
los cuales resulta
la adoración y la
acción de gracias
por “el misterio de
la fe”. Por otro
lado, la liturgia
siempre incluyó en
su propósito la
participación del
creyente y, por lo
tanto, prescribe
respuestas del
pueblo a las
oraciones en el
altar, el canto de
ciertas porciones
del servicio,
posturas corporales
y movimientos a
mantener en las
variadas fases del
rito sagrado. Los
fieles no son meros
observadores o
circunstantes; no
están para mantener
una actitud pasiva,
o tener una actitud
receptiva sino en
cambio tener una
activa expresión del
pensamiento y
sentimiento
religioso que emerge
en ellos. Esto es
especialmente
evidente en el
sistema sacramental.
Mientras que cada
uno de los
sacramentos es un
signo para ser
percibido, es
también una fuente
de gracia por
recibir; y la
redención involucra
en cada caso una
serie de acciones
que manifiestan la
fe y disposición de
quien las recibe.
Más aún, cada
sacramento está
adaptado a algunas
necesidades
particulares y todo
el sistema de los
sacramentos, desde
el bautismo a la
extrema unción,
constituye la vida
espiritual a través
de procesos de
limpieza, fortaleza,
nutrición y sanidad
que son paralelos a
los estadios y
requerimientos del
crecimiento
orgánico. En un
sentido más amplio,
también, el año
litúrgico, en tanto
conmemora los
principales eventos
en la vida de
Cristo, trae a la
adoración Cristiana
una variedad que
afecta hasta cierto
punto, a ambos, los
detalles de la
liturgia misma y los
sentimientos
religiosos que ellos
inspiran – desde el
regocijo de la
Navidad, hasta el
Triunfo en la Pascua
de Resurrección y
Pentecostés. Para la
debida observancia
de los más grandes
festivales, la
Iglesia provee, como
el Adviento y la
Cuaresma, tiempo de
preparación. La
Antigua Ley con sus
tipos anunciaba la
Nueva; El Bautismo
anuncia al Mesías;
Cristo mismo preparó
a sus discípulos de
antemano para el
misterio de la
Eucaristía, para Su
muerte y para la
venida del Espíritu
Santo. La Iglesia,
siguiendo esta misma
práctica, despierta
en la mente de los
fieles aquellos
pensamientos y
sentimientos que
conforman una
preparación
imperceptible a los
misterios centrales
de la fe y su
apropiada
observancia en los
momentos designados.
Junto con estas
grandes solemnidades
vienen año tras año,
las conmemoraciones
de los héroes
Cristianos, los
hombres y mujeres
que han seguido las
huellas de Cristo,
que trabajaron por
la proclamación de
Su reino, o incluso
aquellos quienes han
derramado su sangre
por Él. Estos son
mantenidos como
modelos a imitar,
como cumplimientos
mas o menos
perfectos del ideal
sublime que es
Cristo Mismo. Y,
entre los santos el
primer lugar es dado
a María, la Madre de
Cristo, el ideal de
mujer Cristiana, en
cuyo hogar en
Nazaret el Hijo de
Dios fue parte. Cada
festival en su honor
es al mismo tiempo
una exhortación a
imitar sus virtudes
y una evidencia al
alto pedestal al que
la mujer fue
levantada por el
Cristianismo. La
liturgia, entonces,
es una aplicación a
gran escala de
aquellos principios
que yacen en toda
enseñanza real –
apelación a los
sentidos,
asociación,
conciencia,
expresión e
imitación. La
Iglesia no comenzó
teorizándolos, ni
tampoco esperó un
análisis psicológico
para determinar sus
valores. Instruida
por su fundador,
ella simplemente
incorporó en su
liturgia aquellos
elementos que mejor
se adherían para
enseñar a los
hombres la verdad y
conducirlo a actuar
de acuerdo al
Evangelio. No es
menos significativo
que la educación
moderna haya
adoptado para sus
propios propósitos,
por ejemplo, la
enseñanza de temas
seculares, los
principios
psicológicos que la
Iglesia desde sus
inicios ha puesto en
práctica.
Mientras la Iglesia
en su vida interior
y en la ejecución de
su misión, ha dado
pruebas de su
vitalidad y su
habilidad para
enseñar a la
humanidad, ella
necesariamente ha
tomado contacto con
influencias y
prácticas que son
legado del
paganismo. En
materia de creencia
religiosa, hubo, por
su puesto, una clara
brecha entre el
politeísmo de Atenas
y Roma y las
doctrinas del
Cristianismo. Sin
embargo, la
filosofía y la
literatura fueron
factores que deben
sumarse como también
el sistema
educacional, el cual
por mucho tiempo
estuvo bajo control
pagano. Las escuelas
fueron abiertas por
conversos quienes
estaban empapados
con las ideas de la
filosofía griega –
por Justino en Roma,
y Arístides en
Atenas; mientras en
Alejandría, Clemente
y Orígenes
disfrutaban de gran
reputación. Estos
hombres veían la
filosofía como un
medio para guiar a
la razón hacia la fe
y para defender esa
fe contra los
ataques del
paganismo. Otros,
nuevamente, como
Tertulio, condenaron
la filosofía sin
reserva como algo
con lo cual el
Cristiano no tenía
nada que hacer. Con
relación a los
clásicos paganos, el
conflicto de opinión
era aún más agudo.
Uno de los grandes
teólogos y Padres,
como San Basilio,
San Gregorio Naziano
y San Gregorio de
Nisa, habían
estudiado a los
clásicos bajo
peritos paganos y
estaban por lo tanto
a favor de enviar a
los jóvenes
Cristianos a
escuelas no
cristianas bajo el
argumento que los
estudios literarios
podrían permitirles
mejor defender su
religión. Al mismo
tiempo, estos Padres
no permitían a un
Cristiano enseñar en
tales escuelas por
miedo a que pudieran
ser obligados a
participar en
prácticas idólatras.
Tertulio (De
Idolatría, c.x)
insiste en la misma
distinción, el
profesor, dice, en
razón de su
autoridad, se torna
en cierto sentido en
un “catequista de
demonios”; el pupilo
empapado en la fe
Cristiana, gana por
la letra de la
instrucción clásica,
pero rechaza su
falsa doctrina y se
mantiene apartado de
las prácticas
supersticiosas que
el maestro
difícilmente puede
evitar. Tal
distinción era
naturalmente la
fuente de las
dificultades y
levantó mucha
discusión. La
situación no fue
remediada por el
edicto de Julián
Apóstol que prohibía
a los Cristianos
enseñar; en cambio,
éste provocó ciertas
protestas y sugirió
la creación de una
literatura Cristiana
basada en los
modelos clásicos de
estilo, pero no
resultó nada
decisivo. Por otro
lado, el temor por
la influencia
corrupta de la
literatura pagana
tenía más y más
alienados a los
Cristianos de tales
estudios; y no es
sorprendente
encontrar entre los
oponentes a los
clásicos hombres
tales como San Juan
Crisóstomo, San
Ambrosio, San
Jerónimo y San
Agustín. Aunque
recibieron una
completa educación
clásica y aunque
apreciaban
completamente el
valor de los autores
paganos, si actitud
final fue adversa al
estudio de la
literatura pagana.
Aparte de muchos
puntos
controversiales
sobre esta materia,
fué claro que los
Padres, en los
tiempos cuando el
medio de la Iglesia
era aún pagano,
estaban mucho más
ansiosos por la
pureza de la fe y la
moral que por
cultivar la
literatura. En años
posteriores, en
tanto el peligro de
contaminación crecía
menos, los estudios
clásicos fueron
reavivados y
alentados por la
Iglesia; aunque su
valor fue en más de
una oportunidad
cuestionado (ver
Lalanne, Influencia
de los Padres de la
Iglesia sobre la
Educación pública,
Paris, 1850).
Mientras tanto, el
trabajo educativo no
fue abandonado. Si
el Imperio había
dado paso a la
invasión bárbara, la
Iglesia encontró un
nuevo campo de
actividad dentro de
las razas vigorosas
del Norte. A estos,
ella llevó no solo
la Cristiandad y
civilización, sino
los mejores
elementos de la
cultura clásica. A
través de sus
misioneros, ella se
convirtió en la
maestra de Alemania
y Francia, de
Inglaterra e
Irlanda. La tarea
era difícil y su
logro fue marcado
por muchas
vicisitudes de
fracasos temporales
y éxitos luego de
arduo trabajo. Sin
duda, en ciertos
momentos, parecía
que el deseo por
aprender había
desaparecido incluso
entre aquellos para
los cuales la
adquisición de
conocimiento era una
obligación sagrada.
A pesar de estas
marchas atrás, éstas
sólo sirvieron para
estimular el calo de
los gobernantes
eclesiales y civiles
en favor de una
educación más
completa y
sistemática. Por lo
tanto, el notorio
rasgo de la Edad
Media es la
cooperación de la
Iglesia y el Estado
en el desarrollo de
la escuelas.
Teodorico en Italia,
Alfredo en
Inglaterra y
Carlomagno en el
Reino Franco son
ejemplos ilustres de
príncipes que
unieron su autoridad
con aquella de los
obispos y consejeros
para asegurar una
adecuada instrucción
del clero y el
pueblo. Entre los
hombres de Iglesia,
es importante
mencionar Crodegand
de Metz, Alcuin, San
Debe, Boecio y
Casiodoto (ver
algunos artículos).
Como resultado de
sus esfuerzos, la
educación del clero
fue dada en las
escuelas
catedráticas bajo la
directa supervisión
del obispo y para el
laicado, las
escuelas
parroquiales a
quienes todos tenían
acceso. En el
currículum, la
religión tenía el
primer lugar; otras
materias eran solo
algunas otras y
elementales
componiéndose a lo
mas en el trivium y
el quadrivium (Ver
LAS SIETE ARTES
LIBERALES). Aunque
la significación de
esta educación no
estribaba tanto en
su contenido como en
el hecho que era el
medio para levantar
el amor por aprender
entre el pueblo que
había recientemente
emergido de la
barbarie y donde
yacen los
fundamentos de la
cultura y ciencias
Occidentales. Estos
registros históricos
de la educación no
muestran mayor
preocupación; puesto
que la tarea no era
mejorar o
perfeccionarse sino
de crear una
civilización moderna
que sin la acción
vigorosa de la
Iglesia, ésta habría
tomado siglos. (Ver
ESCUELAS; EDAD
MEDIA) Uno de los
factores más
importantes en este
progreso fue el
monastismo. Los
monasterios
benedictinos eran
especialmente
hogares de estudio y
depositarios del
aprendizaje antiguo.
No sólo escritores
simpatizantes como
Montalambert, sino
aquellos que eran
mas críticos,
asumiendo el
servicio que los
monjes rindieron a
la educación.
En aquellos
inquietantes años de
cultura ruda y
constantes guerras,
de perpetua falta de
leyes y el reino del
tal vez, el
monastismo ofreció
una oportunidad de
vida en reposo, de
contemplación y
aquella de goce y
descanso de la
vulgaridad ordinaria
aunque los deberes
necesarios de la
vida esencial a los
estudiantes...Por
consiguiente,
ocurrió que los
monasterios eran las
únicas escuelas para
enseñar; eran las
únicas que ofrecían
formación
profesional; Eran
las únicas
universidades de
investigación, ellas
solas sirvieron de
casa de publicación
con el fin de
multiplicar los
libros; eran las
nucas bibliotecas
para la preservación
del aprendizaje,
fueron los únicos
que produjeron
maestros; eran las
únicas instituciones
educacionales de
este período (Paul
Monroe, Un libro de
Texto en la Historia
de la Educación,
Nueva York, 1907, p.
255)
Además de sus
estudios obligados,
los monjes estaban
constantemente
ocupados en copiar
textos clásicos.
Los clásicos griegos
deben su
preservación a la
Biblioteca de
Constantinopla y a
los monasterios del
Este, y es
principalmente a los
monasterios
occidentales a
quienes debemos la
supervivencia de los
clásicos Latinos
(Sandys, Una
Historia de la Beca
Clásica, 2da
educación,
Cambridge, 1906,
p.617).
El trabajo
específico de educar
era llevado a cabo
en escuelas
monacales y tenían
principalmente la
intención de formar
novicios. Sin
embargo, en algunos
casos, una schola
exterior, o escuela
foránea se sumaba
para alumnos laicos
y para aspirantes al
sacerdocio secular.
Los estudios
incluían, aparte de
las 7 artes
liberales, la
lectura de autores
en latín y música
eclesial.
Finalmente, a través
de sus anales y
crónicas, los monjes
tenían una rica
colección de
información relativa
a la vida medieval
que es de un valor
incalculable para
los historiadores de
esa época. Sin
embargo, la Mayor de
las escuelas
monásticas se
encuentra en el
hecho que éstas
estaban dirigidas
por un cuerpo de
profesores que
habían renunciado al
mundo y dedicaban su
vida bajo la guía de
la religión con
fines literarios y
trabajo en
educación. La misma
Cristiandad que
había santificado la
familia ahora ponía
la profesión de
educador como algo
sagrado y le dio una
dignidad que hizo de
la pedagogía una
vocación noble.
Otros dos
movimientos formaron
el clímax de la
actividad de la
Iglesia durante la
Edad Media. El
desarrollo de la
Escolástica, que
significó una
resurrección de la
filosofía Griega y,
en particular de
Aristóteles; y
también significó
que la filosofía
estaría ahora al
servicio por la
causa de la verdad
Cristiana. Hombres
de fe y aprendizaje
como Alberto Magno y
Tomás de Aquino,
lejos de temerle o
despreciar los
productos de
pensamiento griego,
buscaron hacer en
ellos las bases
racionales de la
creencia. Por lo
tanto, se hizo
efectiva una
síntesis entre las
superiores
especulaciones del
mundo pagano y las
enseñanzas
teológicas. Más aún,
la Escolástica fue
un avance
distinguido en la
trabajo educativo.
Era un entrenamiento
intelectual sobre el
método, un
pensamiento
sistemático, un
razonamiento lógico
severo y una
precisión en los
juicios. Aunque,
tomado como un todo
suministró una gran
lección objetiva, la
sustancia de lo que
era, para el más
fino intelecto, los
hallazgos de la
razón y las verdades
de la Revelación
podían armonizar.
Habiendo usado la
sutileza del
pensamiento griego
para afilar la mente
del estudiante, la
Iglesia por
consiguiente le
presentó sus dogmas
sin el menor temor a
la contradicción.
Ella, por lo tanto
unificó de un modo
consistente en un
todo aquello mejor
de la ciencia y
cultura pagana con
la doctrina confiada
a ella por Cristo.
Si la educación es
correctamente
definida como “la
transmisión de
nuestra herencia
intelectual y
espiritual”
(Butler), ésta
definición queda
ampliamente
ejemplificada en el
trabajo de la
Iglesia durante la
Edad Media.
El mismo espíritu
sintético fue
asumido en las
universidades
(q.v.). Cimentada en
ellas, los Papas y
los gobernantes
seculares
cooperaron; en las
universidades,
enseñando todas las
entonces conocidas
ramas de la ciencia;
el cuerpo
estudiantil incluía
todas las clases,
laicos y clérigos,
seculares y
religiosos; y el
diplomado conferido
confería
autorización para
enseñar en cualquier
parte. La
Universidad, estaba,
por lo tanto, dentro
de la esfera
educacional, la
expresión más
completa que ha
caracterizado por
siempre la enseñanza
de la Iglesia; y el
espíritu crítico que
animaba la
universidad medieval
se mantuvo, a pesar
de otras
modificaciones, como
el elemento esencial
de la universidad de
los tiempos
modernos. Los
cambios que desde
entonces se han
llevado a cabo, en
la mayor parte son
resultado de la
separación de
aquellos elementos
que la Iglesia ha
construido dentro de
una unidad armónica.
Como el
Protestantismo al
rechazar el
principio de
autoridad, trajo
consigo innumerables
divisiones en la fe,
dejando así el
camino preparado
para la ruptura
entre la Iglesia y
el Estado en el
trabajo educativo.
El Renacimiento en
sus formas más
extremas fue, más
que nada, cultura
pagana; y la Reforma
en su principio
fundamental fue más
allá del
individualismo que
llevó a la
declinación de la
educación Griega.
Una vez que las
escuelas fueron
secularizadas,
rápidamente cayeron
bajo influencias que
transformaban las
ideas, los sistemas
y métodos. La
filosofía, separada
de la Teología
formulaba nuevas
teorías de vida y
sus valores, que
fueron, al
principio,
lentamente y luego
más rápidamente
alejándose de las
enseñanzas positivas
del Cristianismo. La
ciencia, por su
lado, quitó su
lealtad a la
filosofía y
finalmente se auto
proclamó la única
especie de
conocimiento valioso
de ser buscado. El
resultado práctico
más serio fue la
separación de la
moral y la religión
de la simplemente
educación
intelectual – un
resultado que, en
parte, se debió a
diferencias
religiosas y cambios
políticos, pero
también en gran
medida a visiones
erradas con relación
a la naturaleza y
necesidad de una
formación moral.
Tales visiones son,
otra vez, en general
derivadas de la
negación, explícita
o implícita, del
orden sobrenatural y
su significado para
la vida humana y sus
relaciones con Dios;
de manera que
aquello, durante
tres décadas el
principal esfuerzo
fuera de la Iglesia
Católica ha sido
establecer la
educación sobre una
base puramente
naturalista, ya sea
que esta sea de
cultura estética o
conocimiento
científico, la
perfección
individual o el
servicio social. En
sus etapas más
tempranas, el
Protestantismo, que
daba una gran
importancia a la fe,
no pudo
consistentemente
sancionar una
educación donde los
ideales religiosos
fueran eliminados.
Pero, de acuerdo a
sus principios que
emanaron de sus
legítimas
consecuencias, se
tornó menos y menos
capaz de oponerse al
movimiento
naturalista. Por lo
tanto, la Iglesia
Católica se vio
obligada a
continuar, con poca
o sin ayuda de otros
cuerpos religiosos,
la lucha en pro de
aquellas verdades
sobre las cuales se
fundó el
Cristianismo; y su
trabajo educacional
durante el período
moderno puede ser
descrito en términos
generales como el
determinado
mantenimiento de la
unión entre lo
natural y lo
sobrenatural. Desde
un punto de vista
humano, la iglesia
tenia muchas
desventajas. La
pérdida de las
universidades, la
confiscación de
monasterios y otras
propiedades
eclesiales, y la
oposición de varios
gobiernos parecían
hacer sus tareas sin
destino. Sin
embargo, estas
dificultades sólo
sirvieron para
llamar por nuevas
manifestaciones de
su vitalidad. El
Concilio de Trento
dio el impulso al
decretarse que una
educación más
completa del clérigo
debía asegurarse en
los seminarios
(q.v.) e instando a
los obispos y
sacerdotes el deber
de construir las
escuelas
parroquiales.
Similares medidas
fueron adoptadas por
símbolos
provinciales y
diocesanos a través
de Europa.
Aparecieron las
ordenes religiosas
para el expreso
propósito de educar
a la juventud
Católica. (Ver
especialmente EL
INSTITUTO DE LOS
HERMANOS DE LAS
ESCUELAS CRISTIANAS;
SOCIEDAD DE JESUS;
ORATORIOS). Y a
éstos, finalmente
podemos añadir las
numerosas
congregaciones de
mujeres que
dedicaron su vida a
la formación de
niñas cristianas.
Sin embargo, éstas
instituciones
distintas en su
organización y
método, tenían como
propósito común la
difusión de verdades
religiosas junto a
conocimiento secular
en todas las clases.
De este modo,
surgieron por la
fuerza de las
circunstancias, un
sistema de educación
Católica distintivo,
incluyendo escuelas
parroquiales,
academias y colegios
y cierto número de
universidades que
permanecieron bajo
el control de la
Iglesia donde se
encuentra un nuevo
modo por la Santa
Sede. Especialmente
la escuela
parroquial, en
tiempos recientes,
ha sido un factor
esencial en el
trabajo de la
religión. En algunos
países como Canadá,
han recibido apoyo
del Gobierno, en
otros, como en los
EEUU, se mantienen
por contribución
voluntaria. Como los
Católicos tienen que
pagar parte de sus
impuestos al sistema
escolar público, se
encuentran bajo un
doble peso; pero
este gravamen ha
servido sólo para
destacar su lealtad
práctica a los
principios sobre los
cuales se basa la
educación católica.
De hecho, todo el
movimiento de
escuela parroquial
durante el siglo 19
configuró uno de los
capítulos más
notables de la
historia de la
educación. Prueba,
por un lado, que ni
la pérdida de
cooperación estatal
ni la falta de
recursos materiales
pueden debilitar la
determinación de la
Iglesia para llevar
a cabo su trabajo
educacional; y, por
otro lado, muestra
lo que la fe y la
devoción de los
padres, clérigos y
profesores puede
lograr cuando se
trata de los
intereses de la
religión. (Ver
ESCUELAS). Como esta
actitud y acción de
los Católicos los
pone en una posición
que no siempre es
bien comprendida, es
útil presentar aquí
algunas
declaraciones sobre
los principios bajo
los cuales la
Iglesia ha basado su
acción en el pasado
y hacia los cuales
se adhiere en el
presente cuando los
problemas de
educación son el
tema de tantas
discusiones y la
causa de agitación
en varias
direcciones. La
posición Católica
puede ser presentada
como sigue:
La educación
intelectual no debe
estar separada de la
educación moral y
religiosa. Impartir
conocimiento o
desarrollar la
eficiencia mental
sin la construcción
del carácter moral,
no solo es contrario
a la ley
psicológica, la cual
requiere que todas
las facultades deben
ser formadas, sino
que es fatal tanto
para el individuo
como para la
sociedad. Ninguna
cantidad de
asistencia
intelectual o
cultura puede
sustituir a la
virtud; por el
contrario, mientras
más completa sea la
educación
intelectual, mayor
es la necesidad de
su correspondiente
formación moral.
La Religión debe ser
una parte esencial
de la educación; no
debe ser meramente
un apéndice a la
instrucción de otras
materias, sino el
centro sobre el cual
ésta se agrupa y el
espíritu por el cual
se permean. El
estudio de la
naturaleza sin
ninguna referencia a
Dios, o del ideal
humano sin mencionar
a Jesucristo, o la
legislación humana,
sin la ley Divina es
a lo más, una
educación parcial,
de un solo aspecto.
El hecho que las
verdades religiosas
no encuentran lugar
en el currículo es,
por sí mismo, y
lejos de cualquier
abierta negación que
esa verdad,
suficiente para
envolver la mente
del pupilo de tal
forma y en tal
extensión que
sentirá poca
preocupación en sus
días escolares o
después de éstos,
por la religión en
ninguna de sus
formas;
Una instrucción
propiamente moral es
imposible aparte de
una educación
religiosa. Al niño
se lo puede conducir
hacia ciertos
hábitos deseables,
tales como la
pulcritud, la
cortesía y
puntualidad; se lo
puede empapar con
espíritu de honor,
trabajo y veracidad
– y ninguno de estos
debe ser dejado de
lado; pero, si estos
deberes hacia sí
mismo y al prójimo
son sagrados, el
deber hacia Dios es
inconmensurablemente
más sagrado. Cuando
es desempeñado con
fe, incluye y se
alza hacia un plano
más alto de
cumplimiento más que
ninguna otra
obligación. Más aún,
la formación
religiosa
proporciona los
mejores motivos de
conducción y los
ideales más nobles
de imitación, al
tiempo que establece
ante la mente una
adecuada
confirmación sobre
la justicia y
santidad de Dios.
Debe hacerse notar
que, la educación
religiosa es más que
instrucción sobre
dogmas de fe o los
preceptos de la ley
Divina;
esencialmente se
trata de la
formación en el
ejercicio de la
religión, tal como
la oración,
asistencia a la
adoración Divina y
recepción de los
sacramentos. A
través de estos
medios, la
conciencia se
purifica, la
voluntad para hacer
el bien se fortalece
y la mente se
fortalece para
resistir aquellas
tentaciones que,
especialmente
durante la
adolescencia,
amenazan con graves
peligros la vida
moral.
Una educación que
une los elementos
intelectual, moral y
religioso, es la
mejor salvaguarda al
hogar puesto que
coloca sobre bases
seguras las varias
relaciones que
implican a la
familia. También
asegura el desempeño
de los deberes
sociales al inculcar
el espíritu de auto
sacrificio, de
obediencia a la ley
y amor cristiano por
los demás. La
preparación más
efectiva para la
ciudadanía es la
escuela en la
virtud, la cual
habitúa a un hombre
a tomar decisiones,
a actuar y a ponerse
a una fuerza o ir
más allá de ella, no
con una visión de
ganancia personal ni
simple deferencia
hacia la opinión
pública sino de
acuerdo con los
estándares de lo que
es correcto que
están fijos por la
ley de Dios. El
bienestar del
Estado, por lo
tanto, demanda que
el niño sea enseñado
en la práctica de la
virtud y la religión
no menos que en el
logro de
conocimientos.
Lejos de aminorar la
necesidad de una
formación moral y
religiosa, el avance
en los métodos
educacionales en
cambio enfatizan esa
necesidad. Muchas de
las así llamadas,
mejoras en la
enseñanza, tienen
importancia
momentánea y
algunas, son
variantes de las
leyes de la mente.
Sobre su valor
relativo, la Iglesia
no se pronuncia, ni
tampoco de
compromete a sí
misma con ningún
método particular
mientras asegure los
rasgos esenciales de
la educación
cristiana, la
Iglesia da su
bienvenida a
cualquier ciencia
que contribuya a
realizar el trabajo
en las escuelas, en
forma más eficiente.
Los padres católicos
se obligan de
conciencia a
entregar la
educación correcta a
su hijos, ya sea en
el hogar o en las
escuelas. Así como
la vida corporal del
niño debe ser
cuidada, así también
y, con mayores
razones, deben ser
desarrolladas sus
facultades mentales
y morales. Por lo
tanto, los padres,
no pueden tomar una
actitud de
indiferencia hacia
este deber esencial
ni transferírselo a
otros. Son ellos los
responsables por
aquellas primeras
impresiones que el
niño recibe
pasivamente antes
que ejercite ninguna
selección conciencia
de imitación; y en
la medida que los
poderes
intelectuales se
desarrollan, el
ejemplo de los
padres es una
lección que se hunde
más profundamente en
la mente del niño.
También están
obligados a instruir
al niño de acuerdo a
sus capacidades, en
las verdades de la
religión y en la
práctica de sus
debes religiosos,
por lo tanto
cooperando con el
trabajo de la
Iglesia y la
escuela. Las
virtudes,
especialmente de la
obediencia, el auto
control, y la pureza
no pueden ser mejor
inculcadas como en
el hogar; y sin tal
formación moral por
los padres, la tarea
de formar hombres y
mujeres rectos y
ciudadanos valiosos
es difícil, si no
imposible.
Que la necesidad de
una educación moral
y religiosa ha
impresionado las
mentes de no
católicos también es
evidente por el
movimiento
inaugurado en 1903
por la Asociación de
Educación Religiosa
en los EEUU, la cual
de reúne anualmente
y publica sus
actividades en
Chicago. Una
investigación
internacional sobre
el problema de la
formación moral
comenzó en Londres
en 1906 y su reporte
fue editado por el
Profesor Sadler bajo
el título
“Instrucción Moral y
Entrenamiento en las
Escuelas” (Londres,
1908).
Sobre los derechos
respectivos y
deberes de la
Iglesia y la
autoridad civil, ver
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