El
yugo de Jesús
Autor: Aderico
Dolzani, ssp.
Director
Editorial
Jesús había
fracasado como
misionero
también en
Galilea, su
patria. Sus
numerosos
milagros
convirtieron a
pocos. Muchos de
sus paisanos
preferían la
riqueza que
producían los
cerdos a la
sanación de las
personas. Cuando
comieron hasta
saciarse,
querían hacerlo
rey porque
creían
solucionado para
siempre un
problema
existencial: con
semejante
soberano, el pan
ya no sería
fruto del sudor
de la frente.
A pesar del
fracaso, Jesús
dio gracias: “Te
alabo, Padre,
Señor del cielo
y la tierra,
porque, habiendo
ocultado estas
cosas a los
sabios y
prudentes, las
has revelado a
los pequeños”,
la gente
sencilla que no
conoce falsedad,
de corazón
grande sin ánimo
de complicar las
cosas porque no
vive atada a lo
material, limpia
de corazón y
disponible.
Los sabios y
prudentes eran
en su época los
que
interpretaban la
ley, como los
escribas y los
fariseos, los
que manejaban al
pueblo, como las
familias del
poder que se
aliaban con los
romanos… Estas
personas no
podían entender
a Jesús.
“Carguen sobre
ustedes mi yugo”
y no la serie
insoportable de
seiscientos
cuarenta y tres
preceptos que
los sabios y
prudentes les
imponen. Más
insoportable era
su
interpretación
sobre las
purificaciones,
las ofrendas,
los sacrificios
y el sábado.
Jesús se
compadece de los
que sufrían ese
yugo.
Los “afligidos y
agobiados”
trataban de
cumplir lo que
les imponían:
leyes y
obligaciones que
ellos mismos no
podían soportar
ni cumplían. Así
atormentaban las
conciencias y
dominaban sobre
los que se
sentían
culpables. Jesús
quería ser un
alivio para
todos. Pero este
alivio era a su
vez, un yugo,
mucho más
ligero, porque
era el yugo del
amor, y el mismo
Jesús lo llevaba
como ningún
otro.
La carga del
amor es liviana.
Es peso porque
te exige.
Echarse encima
los pesos de los
otros compromete
y, a veces,
tritura. Sin
embargo el peso
se torna
liviano, porque
te regala una
energía inmensa,
más fuerte que
la muerte, te
hace feliz.
“Vengan a mí”
que les quito
ese yugo y pongo
sobre sus
hombros el yugo
liberador del
amor. Una
invitación
simple. Es
cuestión de
sencillez y de
dejarse
conquistar por
Jesús.
“Porque mi yugo
es suave y mi
carga liviana”,
(Mt 11, 30).
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