PRELATURA DE ILLAPEL -Región de Coquimbo, CHILE-

Los pecados del siglo XXI

Segunda parte

Sección: Miradas

Autor: Emilio Ascurra

 

 

 

Cuando se ha perdido el criterio objetivo de la libertad, se produce un choque entre las diversas voluntades de cada hombre, pues cada uno posee la suya con sus propios criterios, y esto origina múltiples antagonismos, divisiones, fracturas sociales. La familia aparece como el núcleo social donde se origina la mayor cantidad de relaciones de reciprocidad y amor fecundo y mutuo; sin embargo, en ella surgen también enfrentamientos, luchas de poder, de dominio de unos sobre otros. En la gran familia humana, los vínculos han sido afectados de manera que unos desean dominar a otros. La madre de todos los pecados, la soberbia, busca dónde tender su carpa y habitar, y encuentra en el hombre disociado su mejor morada.

 

La solidaridad humana que persigue el bien, como virtud, “solidaridad de libertades”,  en medio de las tragedias humanas o naturales que nos movilizan, se ve afectada por la presencia del mal en el corazón humano, compartiendo también una “solidaridad en el pecado”, ya que el hombre aporta, en función del bien común, también sus propias miserias. De allí el afán del dominio de una nación sobre otra, el mal del hambre, la pobreza como “negocio u oportunismo”, la injusticia social, la contaminación ambiental, los niños y los ancianos víctimas de epidemias, pandemias y en conflictos bélicos entre grupos sociales, ante nuestra tenue mirada como espectadores.

 

Del pecado original se desprenden los que la Iglesia llama los pecados sociales, o como algunos han preferido, los pecados del siglo XXI: “No realizarás manipulaciones genéticas. No llevarás a cabo experimentos sobre seres humanos, incluidos embriones. No contaminarás el medio ambiente. No provocarás injusticia social. No causarás pobreza. No te enriquecerás hasta límites obscenos a expensas del bien común. No consumirás drogas”. En todos ellos, se pone en juego lo que Juan Pablo II, en su exhortación postsinodal Reconciliación y penitencia, ha afirmado: “En virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y concreta, el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás”.

 

Así, el pecado social se manifiesta como algo mayor que la suma de muchos pecados individuales, en los que el hombre legisla como si fuera Dios, decide respecto de sí y de los demás, aunque generalmente en beneficio personal, ocupando el lugar de garante en la legitimación de sus decisiones. La explotación del hombre por el hombre, las riquezas acumuladas en pocas manos, tan mal distribuidas, que generan una gran brecha entre quienes más tienen y quienes más necesitan. El papa Pablo VI  había denunciado ya estos desequilibrios entre el norte y el sur en la Populorum Progressio, y lo retomó Benedicto XVI en Caritas in Veritatem. Recientemente, nuestro Papa Francisco, en Evangelii Gaudium, ha hecho mención de estas condenas sociales. Fruto del pecado ya no hablamos solo de hombres injustos, sino, además, de estructuras injustas en las que el daño del corazón humano se cristaliza.

 

Aun cuando no cometemos los mismos pecados de Hitler o de Stalin, por citar solo dos personajes históricos, reconocemos en nosotros mismos la persistencia de un mal que se traduce en la forma en que encaramos nuestra relación con los otros: “Hago el mal que no quiero”, expresará san Pablo en su carta a los romanos (7, 19). Incluso ciertas leyes no son más que acuerdos meramente humanos en los que se refleja la propia fracturación de los hombres entre sí; un hombre desintegrado no puede ser sino un “quebrantador de la armonía social”, por decirlo de algún modo.

 

El pecado social aparece, entonces, como la consecuencia de la propia condición humana quebrantada respecto de la libertad de Dios. Solo la Verdad hace verdaderamente libre al hombre, solo quien se mueve bajo la mirada amorosa del Padre y hace propias sus propias enseñanzas se hace humano y humaniza el mundo, lo vuelve un nuevo Edén. Es en el día a día donde respondemos a la propuesta de Jesús: “Sígueme”, en la construcción de un mundo más justo, más equitativo, donde haya posibilidades reales para todos y la ayuda a quienes más nos necesitan no sea una ficción o una tranquilizadora tarea de la conciencia.

 

Fuente: Revista on line de Editorial San Pablo, Buenos Aires - Argentina

 

 

 

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