Para leer:
Un ermitaño en oración
oyó claramente la voz de
Dios. Lo invitaba a acudir a
un encuentro especial con
él. La cita era para el
atardecer del día siguiente
en la cima de una montaña
lejana.
Temprano se puso en
camino, cuando encontró a
varios campesinos ocupados
en intentar controlar y
apagar un incendio declarado
en el bosque cercano, que
amenazaba las cosechas y
hasta las propias casas de
los habitantes. Reclamaron
su ayuda porque todos los
brazos eran pocos. El
ermitaño sintió la angustia
de la situación y el no
poder detenerse a ayudarlos.
No debía llegar tarde a la
cita y, menos aún, faltar a
ella. Así que, con una
oración para que el Señor
los socorriera, apresuró el
paso, ya que había que dar
un rodeo a causa del fuego.
Tras ardua ascensión,
llegó a la cima de la
montaña, jadeante por la
fatiga y la emoción. El sol
comenzaba su ocaso; llegaba
puntual, por lo que dio
gracias al cielo en su
corazón.
Anhelante esperó mirando
en todas las direcciones.
El Señor no aparecía por
ninguna parte. Por fin,
descubrió, visible sobre una
roca, algo escrito:
—Perdóname, estoy ocupado
ayudando a los que sofocan
el incendio.
Entonces, comprendió
dónde debía encontrarse con
Dios.
Para la reflexión
personal y grupal:
-Después de repetir la
lectura del cuento,
describamos el contexto en
el que ocurre el suceso,
cómo imaginamos al
protagonista, su entorno,
etcétera.
-¿Qué fue, concretamente, lo
que oyó el ermitaño de la
historia? ¿Quién y a qué se
lo invitaba? ¿Adónde?
-¿Cuál fue su actitud a
partir del mensaje recibido?
¿Creemos que fue rápida o
tardía?
-¿Qué encontró en el camino
hacia su meta? ¿Quiénes se
hallaban ahí y en qué
estaban ocupados? ¿Le
pidieron algo? ¿Cuál fue la
sensación que vivió el
ermitaño ante ese cuadro y
la petición recibida? ¿Qué
actitud tuvo para con
aquellos desdichados?
¿Creemos que estuvo bien?
-Señalemos lo que nos
entrega el epílogo del
cuento: la llegada a la
cima, las sensaciones
vividas por el ermitaño, el
mensaje recibido, etcétera,
y luego las impresiones que,
en lo personal y
comunitario, nos despierta
el final de este relato.
-¿Nos ha recordado esta
historia alguna situación de
características similares
que hayamos vivido? ¿Hemos
tenido alguna experiencia
semejante?
-¿Vivimos dispuestos a la
búsqueda de Dios en lo
cotidiano? ¿Qué implica esa
búsqueda? ¿Hacia adónde
solemos orientarla? ¿Están
presentes en ella nuestros
hermanos, principalmente,
los más necesitados? ¿Cuáles
son las actitudes que
debemos desarrollar y
cultivar para lograrlo?
-¿De qué modo sentimos que
nuestro Dios se nos
manifiesta? ¿A través de qué
o de quiénes lo solemos
percibir? ¿Nos cuesta
reconocer su presencia y su
mensaje? ¿Por medio de qué
caminos, medios, etcétera,
solemos intentarlo?
-¿Hay determinados “lugares”
o “personas” privilegiadas
para encontrar a Dios?
¿Dónde están o quiénes son?
¿Qué nos enseña y ofrece la
Iglesia al respecto? ¿Cuáles
son los caminos y los medios
que nos brinda y propone?
Establezcamos alguna
iniciativa personal o
comunitaria a partir de lo
descubierto en esta
reflexión.
Para profundizar nuestra
reflexión:
Para encontrar al Dios
vivo, es necesario besar con
ternura las llagas de Jesús
en nuestros hermanos
hambrientos, pobres,
enfermos y encarcelados:
Jesús, después de la
Resurrección, se aparece a
los Apóstoles, pero Tomás no
está: “Ha querido que
esperara una semana. El
Señor sabe por qué hace las
cosas. A cada uno de
nosotros da el tiempo que
considera mejor para
nosotros. A Tomás le
concedió una semana.
Jesús se revela con sus
llagas: Todo su cuerpo
estaba limpio, bellísimo,
lleno de luz, pero las
llagas estaban y están aún,
y cuando el Señor venga, al
final del mundo, “nos hará
ver sus llagas”. Tomás para
creer quería poner sus dedos
en estas llagas: Era un
testarudo. Pero el Señor
quiso precisamente a un
testarudo para hacernos
comprender una cosa más
grande. Tomás vio al Señor,
fue invitado a poner su dedo
en la llaga de los clavos;
puso su mano en el costado y
no dijo: “¡Es verdad: el
Señor ha resucitado!”. ¡No!
Fue más allá. Dijo:
“¡Dios!”. El primero de los
discípulos que confesó la
divinidad de Cristo, después
de la Resurrección, y lo
adoró. Así se comprende
cuál era la intención del
Señor al hacerlo esperar:
tomar también su
incredulidad para llevarla
no a la afirmación de la
Resurrección, sino a la
afirmación de su divinidad.
El camino para el encuentro
con Jesús-Dios son sus
llagas. No hay otro.
En la historia de la
Iglesia, hubo algunas
equivocaciones en el camino
hacia Dios. Algunos creyeron
que al Dios vivo, al Dios de
los cristianos nosotros lo
podemos encontrar por el
camino de la meditación e ir
más arriba en la meditación.
Eso es peligroso. Cuántos se
pierden en ese camino y no
llegan. Llegan sí, quizá, al
conocimiento de Dios, pero
no de Jesucristo, Hijo de
Dios, segunda Persona de la
Trinidad. A esto no llegan.
Es el camino de los
gnósticos, ¿no? Son buenos,
trabajan, pero este no es el
camino justo. Es muy
complicado y no te lleva a
buen puerto. Otros pensaron
que para llegar a Dios
debemos mortificarnos, ser
austeros y eligieron el
camino de la penitencia, el
ayuno. Ni siquiera estos
llegaron al Dios vivo, a
Jesucristo Dios vivo. Son
los pelagianos, que creen
que con su esfuerzo pueden
llegar. Jesús nos dice que
el camino para encontrarlo
es el de encontrar sus
llagas:
Las llagas de Jesús tú
las encuentras haciendo
obras de misericordia, dando
al cuerpo
─al cuerpo─
y también al alma, pero al
cuerpo de tu hermano
llagado, porque tiene
hambre, porque tiene sed,
porque está desnudo, porque
es humillado, porque es
esclavo, porque está en la
cárcel, porque está en el
hospital. Estas son las
llagas de Jesús hoy. Jesús
nos pide que hagamos un acto
de fe, en él, pero a través
de estas llagas. ¡Ah, muy
bien! Hagamos una fundación
para ayudar a todos aquellos
y hagamos tantas cosas
buenas para ayudarlos. Eso
es importante, pero si
nosotros permanecemos en
este plano, seremos solo
filántropos. Debemos tocar
las llagas de Jesús, debemos
acariciar las llagas de
Jesús, debemos curar las
llagas de Jesús con ternura,
debemos besar las llagas de
Jesús, y esto literalmente.
Pensemos en lo que le
sucedió a san Francisco
cuando abrazó al leproso. Lo
mismo que a Tomás: ¡su vida
cambió!
Para tocar al Dios vivo,
no sirve hacer un curso de
actualización, sino entrar
en las llagas de Jesús y
para esto es suficiente ir
por la calle. Pidamos a
santo Tomás la gracia de
tener el valor de entrar en
las llagas de Jesús con
nuestra ternura y
seguramente tendremos la
gracia de adorar al Dios
vivo.
(Fragmentos de la homilía
del Papa Francisco, en su
residencia de Santa Marta, 3
de julio de 2013)
Para rezar:
Al Amor de los amores
quise encontrar
y por todos los caminos
me puse a buscar.
Vi un mar abierto,
un atardecer,
una brisa suave,
que hablaban de él.
Crucé montañas y valles,
ríos y cascadas
y del amor de él
todos recitaban.
Fui por los poblados,
crucé por las ciudades,
los desiertos y las
selvas,
todos lo alababan.
Aunque todo estaba
lleno de sus obras,
al Amor de los amores
nadie me mostraba.
A la vera del camino
solo y triste me quedé,
sin saber dónde buscarlo,
a mi tierra regresé.
Observé todo de nuevo,
y, aunque todo conocía,
todas mis huellas
parecían distintas.
Fue tan grande mi
sorpresa
y tan inútil mi querer
al saber que me buscaba
y yo no lo podía ver.
El Amor de los amores
me tomó como morada
cuando desaté los nudos
de mi vasija cerrada.
El Amor de los amores
hoy está en mí
cuando abro mis manos
y puedo servir.
Al Amor de los amores
lo encontré en mi
interior
cuando al sufrimiento de
mi pueblo
le entrego mi misión.