PRELATURA DE ILLAPEL -Región de Coquimbo, CHILE-

 

¿Dónde encontrar a Dios?
 
Autor: Jorge A. Blanco
Departamento de Audiovisuales Editorial SAN PABLO
 

 

En medio de la vorágine de nuestras actividades laborales, formativas, pastorales, etcétera, tal vez, con frecuencia, nos preguntemos interiormente dónde encontrar a Dios en este mundo tan inicuo; qué se necesita para hallarlo y percibir con claridad su presencia en nuestra vida, y cuál es el mensaje que tiene para cada uno de nosotros. Por eso, un cuento de autoría anónima hoy nos puede ayudar a introducirnos en la reflexión y la búsqueda de algunas respuestas a estos interrogantes:
 
 
Para leer:
 
Un ermitaño en oración oyó claramente la voz de Dios. Lo invitaba a acudir a un encuentro especial con él. La cita era para el atardecer del día siguiente en la cima de una montaña lejana.
 
Temprano se puso en camino, cuando encontró a varios campesinos ocupados en intentar contro­lar y apagar un incendio declarado en el bosque cercano, que amenazaba las cosechas y hasta las propias casas de los habitantes. Reclamaron su ayuda porque todos los brazos eran pocos. El ermitaño sintió la angustia de la situación y el no poder detenerse a ayudarlos. No debía llegar tarde a la cita y, menos aún, faltar a ella. Así que, con una oración para que el Señor los socorriera, apresu­ró el paso, ya que había que dar un rodeo a causa del fuego.
 
Tras ardua ascensión, llegó a la cima de la mon­taña, jadeante por la fatiga y la emoción. El sol comenzaba su ocaso; llegaba puntual, por lo que dio gracias al cielo en su corazón.
 
Anhelante esperó mirando en todas las direc­ciones. El Señor no aparecía por ninguna parte. Por fin, descubrió, visible sobre una roca, algo escrito:
 
—Perdóname, estoy ocupado ayudando a los que sofocan el incendio.
 
Entonces, comprendió dónde debía encontrarse con Dios.
 

 
Para la reflexión personal y grupal:
 
-Después de repetir la lectura del cuento, describamos el contexto en el que ocurre el suceso, cómo imaginamos al protagonista, su entorno, etcétera.
 
-¿Qué fue, concretamente, lo que oyó el ermitaño de la historia? ¿Quién y a qué se lo invitaba? ¿Adónde?  
 
-¿Cuál fue su actitud a partir del mensaje recibido? ¿Creemos que fue rápida o tardía?
 
-¿Qué encontró en el camino hacia su meta? ¿Quiénes se hallaban ahí y en qué estaban ocupados? ¿Le pidieron algo? ¿Cuál fue la sensación que vivió el ermitaño ante ese cuadro y la petición recibida? ¿Qué actitud tuvo para con aquellos desdichados? ¿Creemos que estuvo bien?
 
-Señalemos lo que nos entrega el epílogo del cuento: la llegada a la cima, las sensaciones vividas por el ermitaño, el mensaje recibido, etcétera, y luego las impresiones que, en lo personal y comunitario, nos despierta el final de este relato.
 
-¿Nos ha recordado esta historia alguna situación de características similares que hayamos vivido? ¿Hemos tenido alguna experiencia semejante?
 
-¿Vivimos dispuestos a la búsqueda de Dios en lo cotidiano? ¿Qué implica esa búsqueda? ¿Hacia adónde solemos orientarla? ¿Están presentes en ella nuestros hermanos, principalmente, los más necesitados? ¿Cuáles son las actitudes que debemos desarrollar y cultivar para lograrlo?
 
-¿De qué modo sentimos que nuestro Dios se nos manifiesta? ¿A través de qué o de quiénes lo solemos percibir? ¿Nos cuesta reconocer su presencia y su mensaje? ¿Por medio de qué caminos, medios, etcétera, solemos intentarlo?
 
-¿Hay determinados “lugares” o “personas” privilegiadas para encontrar a Dios? ¿Dónde están o quiénes son? ¿Qué nos enseña y ofrece la Iglesia al respecto? ¿Cuáles son los caminos y los medios que nos brinda y propone? Establezcamos alguna iniciativa personal o comunitaria a partir de lo descubierto en esta reflexión.
 

 
Para profundizar nuestra reflexión:
 
Para encontrar al Dios vivo, es necesario besar con ternura las llagas de Jesús en nuestros hermanos hambrientos, pobres, enfermos y encarcelados:
 
Jesús, después de la Resurrección, se aparece a los Apóstoles, pero Tomás no está: “Ha querido que esperara una semana. El Señor sabe por qué hace las cosas. A cada uno de nosotros da el tiempo que considera mejor para nosotros. A Tomás le concedió una semana.
 
Jesús se revela con sus llagas: Todo su cuerpo estaba limpio, bellísimo, lleno de luz, pero las llagas estaban y están aún, y cuando el Señor venga, al final del mundo, “nos hará ver sus llagas”. Tomás para creer quería poner sus dedos en estas llagas: Era un testarudo. Pero el Señor quiso precisamente a un testarudo para hacernos comprender una cosa más grande. Tomás vio al Señor, fue invitado a poner su dedo en la llaga de los clavos; puso su mano en el costado y no dijo: “¡Es verdad: el Señor ha resucitado!”. ¡No! Fue más allá. Dijo: “¡Dios!”. El primero de los discípulos que confesó la divinidad de Cristo, después de la Resurrección, y lo adoró.  Así se comprende cuál era la intención del Señor al hacerlo esperar: tomar también su incredulidad para llevarla no a la afirmación de la Resurrección, sino a la afirmación de su divinidad. El camino para el encuentro con Jesús-Dios son sus llagas. No hay otro.
 
En la historia de la Iglesia, hubo algunas equivocaciones en el camino hacia Dios. Algunos creyeron que al Dios vivo, al Dios de los cristianos nosotros lo podemos encontrar por el camino de la meditación e ir más arriba en la meditación. Eso es peligroso. Cuántos se pierden en ese camino y no llegan. Llegan sí, quizá, al conocimiento de Dios, pero no de Jesucristo, Hijo de Dios, segunda Persona de la Trinidad. A esto no llegan. Es el camino de los gnósticos, ¿no? Son buenos, trabajan, pero este no es el camino justo. Es muy complicado y no te lleva a buen puerto. Otros pensaron que para llegar a Dios debemos mortificarnos, ser austeros y eligieron el camino de la penitencia, el ayuno. Ni siquiera estos llegaron al Dios vivo, a Jesucristo Dios vivo. Son los pelagianos, que creen que con su esfuerzo pueden llegar. Jesús nos dice que el camino para encontrarlo es el de encontrar sus llagas: 
 
Las llagas de Jesús tú las encuentras haciendo obras de misericordia, dando al cuerpo al cuerpo y también al alma, pero al cuerpo de tu hermano llagado, porque tiene hambre, porque tiene sed, porque está desnudo, porque es humillado, porque es esclavo, porque está en la cárcel, porque está en el hospital. Estas son las llagas de Jesús hoy. Jesús nos pide que hagamos un acto de fe, en él, pero a través de estas llagas. ¡Ah, muy bien! Hagamos una fundación para ayudar a todos aquellos y hagamos tantas cosas buenas para ayudarlos. Eso es importante, pero si nosotros permanecemos en este plano, seremos solo filántropos. Debemos tocar las llagas de Jesús, debemos acariciar las llagas de Jesús, debemos curar las llagas de Jesús con ternura, debemos besar las llagas de Jesús, y esto literalmente. Pensemos en lo que le sucedió a san Francisco cuando abrazó al leproso. Lo mismo que a Tomás: ¡su vida cambió!
 
Para tocar al Dios vivo, no sirve hacer un curso de actualización, sino entrar en las llagas de Jesús y para esto es suficiente ir por la calle. Pidamos a santo Tomás la gracia de tener el valor de entrar en las llagas de Jesús con nuestra ternura y seguramente tendremos la gracia de adorar al Dios vivo.
 
(Fragmentos de la homilía del Papa Francisco, en su residencia de Santa Marta, 3 de julio de 2013)
 

 
Para rezar:
 
Al Amor de los amores
quise encontrar
y por todos los caminos
me puse a buscar.
 
Vi un mar abierto,
un atardecer,
una brisa suave,
que hablaban de él.
 
Crucé montañas y valles,
ríos y cascadas
y del amor de él
todos recitaban.
 
Fui por los poblados,
crucé por las ciudades,
los desiertos y las selvas,
todos lo alababan.
 
Aunque todo estaba
lleno de sus obras,
al Amor de los amores
nadie me mostraba.
 
A la vera del camino
solo y triste me quedé,
sin saber dónde buscarlo,
a mi tierra regresé.
 
Observé todo de nuevo,
y, aunque todo conocía,
todas mis huellas
parecían distintas.
 
Fue tan grande mi sorpresa
y tan inútil mi querer
al saber que me buscaba
y yo no lo podía ver.
 
El Amor de los amores
me tomó como morada
cuando desaté los nudos
de mi vasija cerrada.
 
El Amor de los amores
hoy está en mí
cuando abro mis manos
y puedo servir.
 
Al Amor de los amores
lo encontré en mi interior
cuando al sufrimiento de mi pueblo
le entrego mi misión.
 
(La búsqueda de Dios, +P. Hernán Pérez Etchepare, ssp)

FUENTE. Revista on line Editorial San Pablo, Buenos Aires - Argentina

 

 

 

 

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         SALAMANCA en lo alto del Valle del Choapa... muy cerca del cielo