¿Nos
defendemos de la Palabra de
Dios?
Padre Nicolás Schwizer
Pienso que nos defendemos de
su palabra al:
1.
Ignorar la palabra.
Unas preguntas muy
sencillas:
¿Conocemos bien el
evangelio? ¿Nos preocupamos
de leerlo, de releerlo,
diez, cien veces? ¿De
profundizar en él? ¿De
captar todas sus riquezas?
Siendo discípulos de Jesús,
el evangelio ¿es realmente
nuestro texto fundamental,
único, insustituible?
¿Seríamos capaces de
permanecer un mes, un año,
solos con el evangelio en la
mano, sin ningún otro libro?
¿Cuantos ejemplares del
evangelio hemos gastado ya,
gastado en el sentido
material del término,
durante nuestra vida?
¿Hay páginas del evangelio
que podríamos llamar
verdaderamente “nuestras”,
páginas sobre las que
volvemos con suma
frecuencia, páginas que
seríamos capaces de comentar
con competencia y calor,
páginas que nos llenan
siempre de emoción y de
alegría.
Toda conversión y renovación
tiene aquí su origen: no
tener miedo del evangelio.
2.
Ignorar los problemas de
nuestro tiempo.
El evangelio se traduce, se
encarna en el tiempo. Hay
estrellas cuya luz llega
hasta nosotros después de
millares de años. Algo
parecido sucede con la
palabra de Jesús. Ciertas
verdades revelan de
improviso su luz, y nos
sentimos invadidos por ellas
solamente en contacto con un
determinado suceso
histórico. Se diría que es
el tiempo el que arranca al
evangelio su luz.
Existe una maravillosa
reciprocidad. El evangelio
está dispuesto a iluminar
los problemas de todos los
tiempos. Pero también
podemos decir que los
problemas de una determinada
época histórica iluminan al
evangelio, lo aclaran,
profundizan en todos sus
aspectos, lo estimulan a que
produzca siempre una luz
nueva.
El que se mantiene fuera de
la vida, se mantiene fuera
de la comprensión del
evangelio.
3.
Separarla de la vida.
No hay peor traición a la
verdad que la de confinarla
en un mundo abstracto,
separándola de la vida. Como
si sobre ciertas verdades
pusiéramos la etiqueta:
“Imposible”. Es mucho mejor
combatir abiertamente a una
verdad, más que relegarla en
el limbo de las cosas sin
relación con la vida.
¿No hay sectores de nuestra
existencia que, quizás sin
darnos cuenta, por una
especie de instinto de
defensa, hemos sustraído al
influjo de la palabra de
Cristo? ¿Qué hemos
desvinculado del evangelio?
¿No hay, por casualidad,
verdades que hemos
arrinconado, por ser
demasiado duras?
Si digo la verdad, ¿Por qué
no me creéis? Este reproche
de Jesús es siempre actual
para nosotros. Basta con que
nos convenzamos de que
“creer” no es sólo pensar,
sino que es vivir. Y en ese
sentido, muchas veces no
creemos. Una vez más estamos
obligados a reconocerlo:
demasiada religión y poca
fe.
No nos hagamos ilusiones. La
verdad que nos presenta
Cristo es una verdad
crucificada, no aplaudida.
Una verdad contra la que
muchos sienten ganas de
tirar piedras, no una verdad
triunfal. Una verdad que
lleva consigo la señal de
los clavos, no una verdad
brillante, atrayente. El que
quiera separar esta verdad
de la cruz, se hace
comediante de la verdad, no
su testigo. La garantía de
la autenticidad y de la
validez de nuestras palabras
es “la señal de los clavos”.
Queridos hermanos, frente a
las palabras de Cristo hay
una sola alternativa: o se
abraza su verdad
crucificada, o se le tiran
piedras.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Leo la lectura del día?
2. ¿Estoy atento durante las
lecturas en la Misa?
3. ¿Tengo un Salmo
preferido?